“Dejar hacer, dejar pasar”, parece que es la política que asumieron, en relación con nuestro enclaustramiento marítimo, los países que nos circundan, en el cono sur, particularmente.
En consecuencia, en más de 130 años de encierro geográfico que nos impuso el invasor de 1879, los países vecinos no han dado una señal clara y contundente de respaldo a la causa marítima boliviana, con espíritu sincero, generoso y de solidaridad, en reuniones, en cumbres o foros de carácter hemisférico. Pues casi siempre han mantenido un silencio que coadyuvó con la intención del invasor.
En todos estos eventos no hicieron otra cosa que hacer coro, con potencias que buscaron la hegemonía política mundial, hablando, debatiendo o firmando declaraciones, sobre una posible unidad e integración latinoamericana, sin tomar en cuenta que la herida boliviana, provocada por el expansionismo, sigue sangrando, en el corazón sudamericano, hecho que obstruirá tales propósitos, mientras no se imponga la buena fe.
Una herida posiblemente resultado de los devaneos de Diego Portales, motejado por sus adversarios como el “loco Portales”, que afirmaba machaconamente: “Debemos dominar para siempre el Pacífico… y ojalá fuera de Chile para siempre”.
Realidad nada propicia para promover la unidad e integración latinoamericana en tanto no sea restituido, en justicia, el acceso de Bolivia a su costa, sobre el océano Pacífico, que le fue arrebatado por el usurpador, en una extensión de 400 kilómetros. Desde entonces no tuvo ninguna facilidad de expandir libremente su comercio ni desarrollar su economía y menos sus potencialidades. Una característica propia de los países sin Litoral.
Hecho que representa el mayor incordio que ha frustrado, permanentemente, la búsqueda de una paz duradera, que permita implementar el desarrollo económico y equilibrado, en la región. A pesar de que Bolivia, por su condición de país enclaustrado, difícilmente podrá participar de ese desarrollo.
Asimismo ha sido objeto de burla, hoy como ayer, por parte del enclaustrador. Recordemos que en 1968, en una afrenta a la reivindicación marítima boliviana, aquél declaró a Antofagasta, que fue nuestro hasta 1879, “puerto libre” para el Paraguay, una nación mediterránea de origen. Con ese accionar reiteró su antagonismo y rivalidad con Bolivia. ¡Una mentalidad que no ha cambiado!
Quienes simbolizaron el poder político y económico, en la región, con la posibilidad de inclinar la balanza a favor de un país pequeño, pobre y en vías de desarrollo, no lo hicieron, sino que optaron por obviar el problema, dejando el camino expedito para el malhechor, quizá resguardando sus intereses. Y se limitaron a sugerir, en más de una ocasión, que el asunto, que marca el desencuentro de dos naciones sudamericanas, sea tratado de forma bilateral, entre el victimario y la víctima, en busca de una adecuada solución, descartando de esta manera toda participación multilateral, sin tomar en cuenta que el tema es de incumbencia continental, porque obstruye toda iniciativa de paz duradera.
En suma: ojalá nuestros vecinos, en futuros eventos internacionales a realizarse al interior y exterior de nuestras fronteras, asuman un gesto de verdadera solidaridad con Bolivia, que clama justicia para recuperar su salida al océano Pacífico.
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