[Jaime Martínez]

Paros y huelgas


De un tiempo a esta parte, Bolivia está bloqueada por los bolivianos, está sitiada por la intransigencia, por la imposición de ideas de una persona o de un grupo sobre el otro, con total incapacidad de diálogo, con sordera social para oír únicamente la voz del yo egoísta, que se solaza en “fregar o joder” al otro. Nuestra cultura ancestral parece exhibir su cara autoritaria, tan proclive a la imposición, es decir, a la destrucción; nos estamos despedazando como pueblo al enfrentarnos unos a otros sin pensar en el bien común; en que vivir es apoyar la limitación de la propia persona, en la capacidad de ayuda del otro, que también quiere subsistir, y por eso busca la mano eficaz, la que sostiene y levanta a la otra en la construcción de la persona colectiva, en el nosotros, que siempre es suma de proyectos, de actitudes y acciones capaces de sembrar vida, futuro.

El nosotros, la persona de personas, la acumulación de fuerzas que se suman a otras fuerzas semejantes son las únicas que puedan construir un grupo, primero, para después, de la unión de grupos compactos, homogéneos, fuertes, coherentes, formar el pueblo, la nación, el Estado que sostiene a los grupos, para desarrollarlos con el aire de la cultura que les dé el hálito, la fuerza de avanzar mejorando la calidad de vida de todos.

¿Qué nos está pasando a los bolivianos en este momento de nuestra vida colectiva? ¿Por qué estamos asumiendo actitudes negativas que están poniendo en peligro a nuestra Patria? Quizá esa actitud comienza con los caprichos infantiles o adolescentes de quienes tienen hambre de poder, y organizan el descontento, la frustración real imaginaria de esas personas, para enfrentar a quienes detentan la autoridad en ese instante; y, con inventiva satánica bloqueen aquí y ahí, dividen al país, lo que es peor, dividen a la persona, bloquean a la razón, y le ponen cerco con el razonamiento oscuro, resbaladizo y disolvente del pensamiento hormonal, incapaz de dialogar con las formas de raciocinio inteligente, sereno, equilibrado, con amplitud de miras, propio de la inteligencia educada, que lanza razones para oponerse a razones, con capacidad de examen, y claro, a la luz del análisis racional tiene la grandeza de reconocer equivocaciones y errores, enmendado acciones.

Pero no, con el enfrentamiento de la actitud hormonal a la actitud racional entramos en un dialogo de sordos; peor aun, a hablar dos idiomas diferentes renunciando a un traductor. Por eso, nos encerramos en la perplejidad de quien se sorprende porque el otro, que habla otro idioma, no nos comprende.

Eso lo vemos desde hace tiempo en nuestros dirigentes, sean de barrio, sindicalistas y políticos que entran al “diálogo” para hacer oír su voz, y una vez lanzada la artillería verbal, callar, no para escuchar serena y racionalmente las razones del otro, sino, cerrando los oídos, preparar nuevos argumentos para volver a hablar; y, cuando no hay capacidad de decir algo mas, retirarnos para consultar con los asesores o con las bases para pedir nuevas instrucciones, pero lo que se hace es pedir nuevas obstrucciones, que dilaten el conflicto, mientras se prepara y afina la estrategia para aplastar al contrincante.

De ahí que se vaya al conflicto con la mentalidad: han de aguantar 20 o 25 días, después han de aceptar nomás, o suspenderemos el proyecto por un mes, para imponer nuestro punto de vista más adelante, solucionando, también parcialmente, otros conflictos y, claro, en ese clima la respuesta es: hemos oído el pedido, pero lo queremos leer, que lo envíen por escrito, y nadie cede, nadie mira el bien común. O el Gobierno garantiza la marcha, pero se mueve para que terceros, civiles “independientes”, bloqueen el ingreso de esa marcha a un punto determinado, mientras los que marchan quieren oír misa justamente donde no pueden entrar.

O choferes que se resisten a renovar su viejos vehículos, no aceptan un censo de carros para volver más fluido el tránsito en una ciudad, cada vez más caótica, o porque se han adueñado de zonas y rutas no aceptan competencia y recurren al bloqueo de gente que quiere trabajar, y no lo puede hacer, ante la mirada complaciente y cómplice de algunos policías interesados en sus pequeñas prebendas, antes que en el cumplimiento de la ley. Choferes que no vacilan en bloquear a choferes con afán de servicio y los chicotean, les desinflan las llantas, etc., imponiendo un punto de vista, el del bloqueador de su propia conciencia.

¿Qué nos pasa? ¿Podremos enmendar actitudes? ¿O nosotros también estamos bloqueando nuestra conciencia con el nomeimportismo tan peligroso?

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