Rodolfo Bassarsky
La enorme diferencia entre el mundo que vimos al nacer y el que dejaremos, es un hecho totalmente nuevo en la historia de la humanidad. No hubo época en la que el progreso científico y tecnológico tuviera un desarrollo más acelerado que el de las últimas décadas. Nuestros padres y todos nuestros ascendientes han vivido toda la vida en un entorno no demasiado transformado, aún en los tiempos de la Revolución Industrial.
Sin embargo los de mi generación escuchábamos ya bastante grandecitos la radio a válvula y les cambiábamos las púas a los discos de 78 rpm después de cada uno o dos usos... y les mandábamos postales por correo a nuestros amigos de vacaciones diciéndoles: “... esperando que te encuentres bien de salud junto a los tuyos...” y -obviamente- infinidad de cosas similares. Diferencias abismales entre aquella época y lo que nosotros mismos estamos viviendo hoy.
Este es un tema apasionante del que con frecuencia me parece que no tomamos conciencia de su extraordinaria dimensión, seguramente porque estamos inmersos en el inconmensurable mar de los cambios vertiginosos, lo que nos dificulta ver con nitidez y perspectiva el significado del fenómeno. No sólo es sorprendente el cúmulo impresionante de “novedades”, sino que es quizás aún más impactante cómo esas “novedades” van quedando anticuadas con insólita rapidez por otras y por otras, en una vorágine difícilmente imaginable.
Tan cierto es este panorama que acabo de reseñar como el del hambre, la miseria y la pobreza extrema, el delito sofisticado, la corrupción, las matanzas, la ignorancia, la maldad y la perversión. La brecha entre ricos y pobres, la escasez de recursos por el expolio al que se somete al planeta, desastres ecológicos por el mal uso de esos recursos naturales y otras calamidades gravísimas.
Es decir que nuestro mundo contemporáneo ofrece un panorama de brutales contrastes. Estas diferencias sociales han existido siempre tanto en occidente como en oriente. Las cortes y los plebeyos, los señores y los esclavos, los intocables y los vulnerables. Esta realidad histórica no es un consuelo. Nada justifica la tolerancia ni la indiferencia frente a la injusticia y la carencia de solidaridad entre los hombres. Es una lucha eterna y permanente. El punto -me parece- es determinar cuál es el papel de cada uno y cuál es el rumbo o la tendencia general de la humanidad en este sentido.
Existen dos pensamientos divergentes: unos somos optimistas y creemos en la superación progresiva del hombre y otros son catastrofistas que auguran un sinfín de desastres en un futuro que con frecuencia señalan está a la vuelta de la esquina. Pienso que desde que existe la humanidad – unos 200.000 años – nuestra especie fue consolidando su presencia cada vez con mayor firmeza. Hubo inventos y descubrimientos incesantemente. La agricultura, la escritura, el dominio progresivo sobre otras especies, un avance permanente del conocimiento y un desarrollo también continuo de la inteligencia y de diversas habilidades y talentos. La aparición de la tecnología y del comercio.
Y fundamentalmente la capacidad para ir superando -con esfuerzos y sufrimiento- todas las vicisitudes adversas que amenazaron la supervivencia. Las pestes, las epidemias, las guerras de exterminio, las hambrunas, las catástrofes naturales, la maldición de déspotas y genocidas. Desde la prehistoria las calamidades han sido y son una constante como constante es la actitud de inmenso esfuerzo para afrontarlas. La humanidad sobrevive y -estoy seguro- en condiciones cada vez más aptas, mejores, haciendo de la vida, que es significativamente cada vez más prolongada, una experiencia más rica en lo individual, en lo colectivo y en lo que contribuye a la supervivencia de las generaciones futuras.
Se calcula que en el año 1000 a C había unos 50 millones de habitantes en el planeta. Tres mil años después somos 7.000 millones: un aumento de más de 100 veces. Esto demuestra que desde la aparición de la especie y durante 200 milenios, el hombre fue poblando la tierra de manera paulatina y a un ritmo extremadamente lento. En cambio en los últimos tres milenios el aumento de la población mundial fue extraordinariamente acelerado. Esto se produjo y continúa produciéndose debido a la capacidad del hombre para superar todas las adversidades, todas las dificultades, los obstáculos de toda índole que fueron presentando tanto las fuerzas de la naturaleza como los acontecimientos retardatarios que se generaron como consecuencia de la propia presencia de la humanidad en la tierra.
Este hecho es suficientemente elocuente, en mi opinión, como para no augurar catástrofes irreversibles o desastres ecológicos que el hombre no sea capaz de superar, por lo menos en el transcurso de las próximas centurias. Tanto el crecimiento de la población como la prolongación de la vida son indicadores que corroboran esta manera de pensar. También es cierto que es razonable deducir que así como desaparecieron otras especies, al hombre le llegará la hora. Pero esa circunstancia no parece estar cercana. (Barcelona, España).
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