Una dura lección aprendida
Como juega el gato maula con el mísero ratón, así dice la letra del tango, y así sucedió en la cancha. El ratón corrió y corrió, el gato lo miró y a los 5 minutos le tiro el primer zarpazo, el diminuto roedor (léase Academia) perdió el ímpetu y el final de la historia fue una crónica cuyo final lo puede deducir un niño de pecho.
Osadía, despropósito, falta de tino, llámese como quiera, Bolívar cometió el error de querer asfixiar al Santos en su propio terreno y así le fue. En el primer contragolpe del local un zapatazo de Elano de 35 metros hizo que el balón dibujara una perfecta comba con selló brasileño. Era el 1-0 y corrían 5 minutos de juego.
Siguió corriendo Bolívar y parecía que le iba a ir bien, pero el experimentado portero Argüello cometió un error propio de un aprendiz, tras empujar a un delantero rival. El árbitro que no tenía el rostro condescendiente marcó el penal y Neymar puso el segundo sello a los 21 minutos con un remate bien colocado.
El resto es narrar el sufrimiento de Bolívar, el mejor equipo del fútbol boliviano que puso al desnudo todas las fallas que se dan en el presente del fútbol nacional.
Y empezó el rosario de equivocaciones, porque Bolívar no tomó sus previsiones, tiene jugadores exageradamente lentos en la defensa, donde Frontini es el abanderado; el equipo se fue rápidamente abajo, el técnico entró en shock y se quedó petrificado sin animarse a ensayar un cambio y, para colmo de males, Santos estaba inspirado, era su noche mágica, mostró toda su galanura.
Ganso de taquito, con un salto mitad ballet mitad magia anotó el tercero a los 27; Kardec que recibió un pase a la entrada del área anotó con remate rasante el cuarto y Neymar a los 36 cerró la cadena de goles del primer tiempo con un toque suave y sutil.
Para entonces Bolívar era un mar de desconcierto. Álvarez era fácilmente superado por su sector, Rodríguez, que subía mucho no siempre retornaba a tiempo, Valverde estaba desconcertado y Frontini miraba porque los delanteros rivales eran demasiado rápidos como para frenarlos.
Santos ingresó al segundo tiempo con aire renovado, ya no le interesaba el resultado sino el arte, el toque, la filigrana. El equipo buscaba el olé de la tribuna, quería recibir todos los aplausos o como el buen torero quería rabo y oreja. Lo consiguió, porque el toro que tenía en el ruedo era manso, lento y perezoso.
El sexto gol llegó a los 5, luego de un pase matemático de Naymar para Elano quien definió con clase. Ganso con un excepcional remate de tiro libre marcó el sexto a los 7 y Borges a los 15, sin marca y con precisión anotó el octavo.
Para entonces el partido tenía un protagonista satisfecho y un antagonista cansado, con los brazos en jarra y esperando la agonía del cotejo. No llegó el noveno ni el décimo. Los ocho fueron suficientes como para marcar el mayor bochorno de Bolívar en la Copa Libertadores. Dura lección para aprender.
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