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Estos días de furia y confrontación han desplazado de nuestras preocupaciones la dependencia boliviana de las importaciones de carburantes, especialmente del diesel que viene de Venezuela. Por declaraciones del presidente Morales, las subvenciones le costarán al país este año más de 700 millones de dólares (755 millones para toda la línea de combustibles). De esa cantidad, al menos 400 millones son irrecuperables. El resto es el pago que usted efectúa cuando compra el combustible.
Los subsidios erosionan cualquier economía. Se puede optar por ellos temporalmente, en situaciones de emergencia. Pero en Bolivia se han vuelto rutina desde hace muchos años y han alimentado la ficción de que los combustibles siempre tendrán un precio menor a los que rigen en otros países. Ese es un factor psicológico que estimula el consumo irresponsable con la consigna de “gasta, que no te cuesta”. La cuenta la paga toda la sociedad, con menos de recursos para atender necesidades imperiosas como las de educación, salud y vivienda. Y cuando llegue (ya llegó, por unos días, a fines de 2010) el momento de subsanar esta anomalía, los resultados pueden ser traumáticos. (A Carlos Andrés Pérez, en Venezuela, acabó costándole la Presidencia, pues al querer sincerar precios destapó una Caja de Pandora que lo llevó a renunciar.)
La cuenta por el diesel venezolano no está registrada y carece de un seguimiento riguroso. Nadie puede decir, fuera de pocos en el gobierno, cuánto debemos a Venezuela. Pero estaríamos hablando de varios miles de millones de dólares, razón suficiente para mantener la mirada atenta sobre lo que ocurre en ese país, donde la tensión -aunque cueste creerlo- es igual o superior a la que impera en Bolivia. Ya el candidato opositor único Henrique Capriles ha dicho que, de ganar las elecciones del 7 de octubre, revisará -y probablemente cancelará- todos los programas de cooperación lanzados discrecionalmente por Chávez para apoyar a sus colegas del ALBA.
Los informes que llegan de Caracas coinciden en que el piso político del vecino país está resbaloso. Un hombre del gobierno dijo hace pocos días que el partido oficial, Partido Socialista Unido Venezolano, debe prepararse para tres escenarios: elecciones sin Chávez (el PSUV aún sostiene que no hay otro candidato fuera de Chávez, sobre quien cada día hay una nueva especulación que habla de graves deterioros de su salud), ir a ellas con un Chávez debilitado, o que no haya elecciones.
La tercera opción es la más peligrosa, interna y externamente. ¿Hasta qué punto la Fuerza Armada Venezolana estaría dispuesta a tolerarla y mantenerse unida? Alguien bien informado en asuntos venezolanos ya respondió: los militares habrían hecho saber que consideran que el proceso que encabeza el comandante es esencialmente militar y que en un escenario sin Chávez los civiles nada tendrían que hacer sino secundar sumisos lo que disponga la Fuerza Armada. Externamente, el cuadro es aún más delicado, pues Cuba tiene en Venezuela un vínculo económico esencial: 100.000 barriles diarios de petróleo. ¿Estaría preparada para un cambio de situación? Y ¿qué haría con sus brigadas de médicos y maestros?
El destino político inmediato de Bolivia parece amarrado al de Venezuela. Esa vinculación es particularmente fuerte en el sector petrolero. Bolivia no ha logrado industrializar nada de su gas natural y tampoco lo tiene para seguir pensando en plantas petroquímicas, fertilizantes y en los planes que surgieron hace pocos años. De manera que si nos faltase el diesel de Venezuela estaríamos en graves aprietos, para los cuales la sociedad boliviana no parece preparada.
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