Con mucho discurso y muchas trompetas, los enemigos de la República habían tomado el poder en la sociedad; en el primer rango habían puesto lo pluri-nacional y el papel protagónico del “indígena”. Desde entonces los “movimientos sociales” y la turba han remplazado la democracia y el principio de autoridad; el ciudadano fue proscrito y está en la clandestinidad. Desde que el “indigenismo plurinacional” está en el poder, en Bolivia se ha agravado la distancia entre gente oligarquizada y la “plebe”; las desigualdades de ingresos, los apetitos y las vanidades subordinan el interés general.
Es entre el discurso y la realidad que se debe ubicar el indigenismo. La forma ideológica ideal del indigenismo es lo plurinacional y el pluri-cultural, a partir de ahí, y desde una posición hueca, el indigenista trata de imponer el Estado Pluri-nacional. Se pregonó la defensa de las culturas locales, el respeto a las nacionalidades. Pero en los hechos repitió las experiencias colonialistas, las más atroces. El trato a cada una de las culturas locales corresponde a la manera como el colonizador suele tratar a sus colonizados: “Ahora a los indígenas se debe respetar”, “conocer y reconocer sus costumbres”.
Estas ideas dominantes y de moda, no son las ideas de los dominantes indigenistas, sino un instrumento, simulacro y una impostura para fines oligárquicos. En el Estado Pluri-nacional, la relación entre el viejo colonialismo imperialista y la actual política de “descolonización” es exactamente la misma que la relación entre el imperialismo cultural occidental y el multiculturalismo.
El indigenismo habla y practica políticas etnocidas, al igual que el capitalismo global, supone la paradoja de la colonización sin un Estado-Nación colonizador; el indigenismo plurinacional promueve el distanciamiento y el “respeto hacia los pueblos indígenas” a condición que éstos se sometan a la política y al discurso del poder indigenista (Cf. TIPNIS). Entonces, el indigenismo es una forma inconfesada, invertida de racismo, un racismo que mantiene las distancias: respeta la identidad del otro, lo concibe, como una comunidad “auténtica” y cerrada en sí misma, y quiere envuelta “con usos y costumbres”; el indigenismo mantiene “respeto” y una distancia sólo para conservar el privilegio de su posición.
El indigenismo es un racismo que ha vaciado su propia posición de todo contenido positivo; el indigenista no es directamente racista, por cuanto no contrapone al Otro sus valores particulares, sino mantiene su propia posición desde un punto vacío de lo plurinacional; es desde allí que se aprecia o se desprecia las manifestaciones republicanas y las otras culturas. Protestas de: obreros, médicos, empresarios, profesores, marcha del TIPNIS, etc. Dicen “respetar al otro”, para aplastarlo; dicen “buscar la igualdad”, para generalizar la pobreza.
Entonces si el multiculturalismo como ideología responde al capitalismo a escala mundial, el indigenismo y lo plurinacional son el neocolonialismo que responde al proyecto de destrucción de la República, por tanto significa la destrucción de la identidad nacional. Veamos ahora cómo se expresa la visión dicotómica del indigenismo y el comportamiento de los agentes políticos en estos últimos meses.
Desde hace ya más de un mes los conflictos no dejan de propagarse. El indigenismo cree y reduce que los conflictos sociales son orquestados por la derecha. Pero, ¿acaso no habían ya anunciado la “muerte de la derecha”? Recordemos, Morales decía que sólo tenía dos opositores: “los jerarcas de la Iglesia” y la “prensa burguesa”. Si la derecha estaba muerta, ¿cómo ha podido resucitar? ¿Cómo esta “derecha maldita” ha podido incrustarse en los sindicatos, en las marchas, vestida como médicos, obreros, algunos hasta convertidos en “indígenas”?
La contradicción entre los hechos y el discurso pone al límite las pretensiones del indigenismo; estamos en presencia de las fuerzas de la República que brotan por todo lado, entre oriente y occidente lo plurinacional queda deshecho, pues los intereses comunes de los ciudadanos no reconocen las configuraciones imaginadas por el indigenismo.
Cada uno de los propósitos del régimen va cayendo. La revancha de la República desvela las incoherencias del Estado Pluri-nacional, y sobre todo la incapacidad de un régimen que quedó colgado en el discurso. Consecuencia: incapacidad para responder y dar soluciones a los problemas sociales. Último recurso: endosar un “proceso de cambio” a los bolivianos. Mientras esto ocurre, los agentes políticos están en una lucha topológica. Maltratados algunos y cómplices otros, culpabilizados, se disputan el “centro” a condición de estar hacia la izquierda, y repiten: somos de “centro izquierda”. Esta manera de actuar en el debate ideológico no sólo es inconsecuencia sino una actitud pusilánime. ¿Habrá actores que digan con fuerza: “somos de derecha y avanti”?
Ahora bien, ¿qué nos queda a los ciudadanos? Afirmar que la República no es un régimen político cualquiera; es un ideal de combate, ella exige no solamente servicios sociales, instituciones distintas de las del llamado Estado Pluri-nacional, sino la rebelión del ciudadano para defender sus derechos. Una de ellas y sino la primera es la Escuela, la Educación, sólo ella podrá dotar a Bolivia de un régimen verdaderamente democrático. La revancha de la República exige el papel protagónico de los ciudadanos.
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