Puedo escribir esta noche los versos más tristes para contar tu partida. Contar por ejemplo que un día me dijiste que te daba miedo corregir mis notas, aunque tenía errores, porque al jefe no se le corrige.
Puedo escribir en esta nota que he admirado siempre tu paciencia y persistencia, que he exagerado innecesariamente en llamarte la atención cuando no era necesario y darte algunas instrucciones, sin darme cuenta que hace tiempo habías superado la valla del aprendizaje.
Recuerdo aún el día que salí de la mesa de redacción, en la que con tanta pasión y ganas hicimos la revista Marcas. No quise volver la mirada atrás para no sentir que me flaqueaban las piernas y esperaba dejar en ustedes (en el grupo que siempre llevo en el recuerdo) la imagen del hombre sereno y seguro que vició con ustedes una década.
Y a los que leen esta nota quiero contarles que Eugenio Aduviri, un muchacho sencillo nacido en la frontera con Chile, donde las piedras piden perdón a la naturaleza por el frío, se vino un día a La Paz para estudiar en la universidad con apenas 10 palabras del español bien aprendidas y los 50 bolivianos que le dio su madre.
Pronto se convirtió en el periodista deportivo mejor informado del deporte menor, que transmitió humildad en cada uno de sus actos, y se ganó el respeto y aprecio de los dirigentes y deportistas.
Alguien segó tu vida en el momento de tu clímax profesional, alguien se atravesó en tu camino para cortar una existencia magnífica, pero no se cortan ni truncan los valores, los dones y la excelencia, porque estas virtudes te la llevas al más allá donde podrás escribir las mejores notas que un hombre puede leer.
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