Entre cartas, poemas y cuentos
No pueden, madre, desviar tu noble
intencionalidad las melifluas sirenas de Ítaca que
no pudieron con Ulises.
Inventaste oficios en pos del vil metal
para vivir y sustentar a tu descendencia, prorrumpiendo
tu grito de desahogo ante una anacrónica sociedad que despreciaba
tus intensos efluvios de igualdad.
¿Porqué no se preguntaron primero antes de sentenciar qué estaba pasando en la fragua interior de una mujer?
… Era el crisol incandescente que se negaba a la dependencia y a la sumisión.
Fuiste fuerte madre porque hiciste historia con hechos interpretando tus sueños de equidad, identificando que la mayor fuerza emocional, voluntad y lucida visión de la realidad, residían en ti.
La expresión de tus ojos esmeralda nunca decayeron en su mensaje de esperanza imbuyendo coraje, y tus lagrimas nunca traicionaron la función fisiológica del llanto trasuntando sublimidad e ignorando la pose histriónica.
Pulverizaste al agresor y al difamador con la fiereza de tu mirada armada de ideas y razón.
Cuando te impusiste desechaste la vanidad y discerniste lo que conviene decir con contenido y sentido, para despertar en los que te oían, reflexión.
Encaraste las cosas difíciles analizando y luego ejecutando, diferenciándote del hombre que ejecuta y luego recapacita, afilando las espinas a tu reconocimiento social.
Seguiste avanzando pausadamente sin éxitos quiméricos, los logros consolidados apuntalaron tu naturaleza inalcanzable por la proximidad a la virtud.
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