La Heráldica



El torneo.

El es­cu­do tie­ne ori­gen en el ar­ma de­fen­si­va (es­cu­do de ma­de­ra cu­bier­ta de piel) que los pri­mi­ti­vos lle­va­ban en el bra­zo iz­quier­do, mien­tras que con el bra­zo de­re­cho blan­dían un ma­zo o una lan­za. Des­pués se hi­cie­ron de me­tal. El es­cu­do grie­go era ova­la­do; el de los ro­ma­nos cua­dra­do y aca­na­la­do; du­ran­te la Edad Me­dia los es­cu­dos to­ma­ron di­fe­ren­tes for­mas, pe­ro ca­si to­dos ter­mi­na­ban en pun­ta por deba­jo y por arri­ba cor- ­ta­do ho­ri­zon­tal­men­te. Es­tos es­cu­dos fue­ron ador­na­dos con fi­gu­ras te­rri­bles (dra­go­nes, gri­fos y otros mons­truos mi­to­ló­gi­cos) pa­ra ins­pi­rar mie­do en el ene­mi­go. Aun­que tam­bién se ador­nó con fi­gu­ras na­tu­ra­les: ani­ma­les, plan­tas, fru­tas, cas­ti­llos, ar­mas de gue­rra, etc.

Se cree que las fi­gu­ras bla­so­na­das fue­ron crea­das por Noé, otros atri­bu­yen a las do­ce tri­bus is­rae­li­tas que ya te­nían dis­tin­ti­vos es­pe­cia­les que las di­fe­ren­cia­ban unas de otras. Aun­que hay his­to­ria­do­res que en­cuen­tran los pri­me­ros ele­men­tos de la he­rál­di­ca en­tre los gue­rre­ros asi­rios.

En la Edad Me­dia es don­de se dio ver­da­de­ro va­lor a es­tos sím­bo­los. Las jus­tas o tor­neos en­tre ban­dos ri­va­les hi­cie­ron ne­ce­sa­rios su re­gla­men­ta­ción y en­ton­ces na­ció la he­rál­di­ca, o ar­te del bla­són. Los ca­ba­lle­ros co­men­za­ron a pin­tar en sus es­cu­dos, sus apo­dos, nom­bres de sus ciu­da­des o pue­blos, gri­tos de gue­rra y otros dis­tin­ti­vos. Y fue­ron los he­ral­dos del rey quie­nes se encar­ga­ban de anun­ciar la lle­ga­da de un ca­ba­lle­ro al tor­neo y des­cri­bir las fi­gu­ras que se en­con­tra­ban en los es­cu­dos de los cam­peo­nes. A es­to se lla­ma­ba bla­so­nar, anun­ciar con la trom­pe­ta y a vi­va voz.

Al prin­ci­pio el di­se­ño de las ale­go­rías era bas­tan­te sen­ci­llo y ge­ne­ral­men­te de uno o dos co­lo­res, los más pre­fe­ri­dos eran el ro­jo, azul, ver­de, ne­gro. To­do bla­són se com­po­ne esen­cial­men­te de un fon­do o “cam­po” en el cual se re­pre­sen­tan las fi­gu­ras. Me­dian­te la di­vi­sión del es­cu­do se for­ma­ron los “cuar­te­les”. A par­tir del Si­glo XI has­ta el XII, el uso y di­se­ño de los bla­so­nes co­men­zó a sis­te­ma­ti­zar­se en mu­chos paí­ses de Eu­ro­pa, Es­pa­ña, Fran­cia, In­gla­te­rra y Por­tu­gal. Fue per­fec­cio­na­do por los ale­ma­nes con to­do lo que se re­fie­re al ar­te de la gue­rra.

Con la in­ven­ción de la pól­vo­ra y las pri­me­ras ar­mas de fue­go, el es­cu­do de­jó de ser ar­ma pro­tec­to­ra y pa­só a ser un bla­són, un dis­tin­ti­vo que lle­va­ban los ejér­ci­tos im­pe­ria­les. Na­po­león creó una nue­va no­ble­za y pa­ra pre­miar las ha­za­ñas de sus sol­da­dos per­mi­tió que cam­bia­ran las fi­gu­ras en los vie­jos es­cu­dos, sus­ti­tu­yén­do­las por es­pa­das, fu­si­les, ca­ño­nes y otros sím­bo­los de gue­rra.

Pos­te­rior­men­te, los bla­so­nes se hi­cie­ron con más ele­men­tos, in­clu­yen­do astros co­mo el Sol, la Lu­na, las es­tre­llas y co­me­tas. Tam­bién fi­gu­ra­ron ár­bo­les, flo­res, fru­tas, cas­ti­llos, to­rres, mu­ra­llas, ciu­da­des, es­pa­das, lan­zas, fu­si­les, ca­ño­nes y otras ar­mas. Se cuen­ta que el pa­pa Six­to V no sa­bien­do que po­ner en su es­cu­do, hi­zo pin­tar tres pe­ras áu­reas, fru­ta pre­fe­ri­da por el pon­tí­fi­ce. Pre­sin­tien­do su cer­ca­na muer­te y sa­bien­do que su su­ce­sor se­ría el car­de­nal Cas­ta­ña, di­jo a sus hom­bres más cer­ca­nos: “Las pe­ras es­tán ma­du­ras, es­tán por caer; lle­ga el tiem­po... de las cas­ta­ñas”.

En Amé­ri­ca don­de no se re­co­no­cen tí­tu­los de no­ble­za, no exis­tió des­de lue­go, nin­gu­na re­gla­men­ta­ción ofi­cial; sin em­bar­go, los con­quis­ta­do­res tra­je­ron los es­tan­dar­tes im­pe­ria­les. Con la in­de­pen­den­cia de las na­cio­nes ame­ri­ca­nas del co­lo­nia­lis­mo es­pa­ñol, el odio con­tra to­do lo que re­cor­da­ba el ré­gi­men de los pri­vi­le­giados del co­lo­nia­lis­mo lle­vó a des­truir to­dos los sím­bo­los que repre­sen­ta­ban a la Co­ro­na es­pa­ño­la. Los ame­ri­ca­nos adop­ta­ron los sím­bo­los fran­ce­ses, pro­duc­to de la Re­vo­lu­ción de 1789, el go­rro fri­gio, fu­si­les con ba­yo­ne­ta ca­la­da, cañones, ani­ma­les y plan­tas de la fau­na y flo­ra ame­ri­ca­na.

Mu­cho más que­da­ría pa­ra de­cir acer­ca de los bla­so­nes ba­jo el pun­to de vis­ta his­tó­ri­co y ar­tís­ti­co, pe­ro, es me­nes­ter li­mi­tar es­te es­tu­dio con lo ya ex­pues­to.

 
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