Tenemos entre manos el libro titulado “El general Infante: un liberal en España y Bolivia”, de la autoría de María Isabel López Martínez, investigadora que ejerce cátedra en la Universidad de Extremadura y cuenta con varias obras publicadas, según anoticia la contratapa.
Las páginas de esta obra, editada el pasado año, contienen el itinerario que media entre el nacimiento y la muerte del general español Facundo Infante (1787-1873), quien por azar del destino, luego de abrazar la carrera militar en la otrora convulsionada España, saltó a la arena política y engarzó a su personalidad una larga hoja de vida.
Facundo, el cuarto de nueve hermanos, optó por la milicia a fin de liberarse de trabajos relacionados con los encinares. Habiendo incursionado en política supo -¿cuándo no?- del exilio y la persecución como moneda de uso común. Bajo el reinado de Fernando VII, no obstante de haber luchado en la Guerra de la Independencia, por esas cosas de la política fue condenado a muerte junto a otros dirigentes liberales, por lo que tuvo que salir a Gibraltar que “estaba bajo la salvaguarda del pabellón inglés”. Así pudo salvar su vida.
Tras una penosa travesía, primero en barco y posteriormente a pie, cuyo recorrido por tierra fue superior a mil leguas y alcanzó cuatro meses de duración, dada la experiencia acumulada en España y, sobre todo, debido a su condición de masón militante, tuvo un acercamiento con el mariscal Antonio José de Sucre, que lo designó Secretario y Ayudante de Campo; ejerciendo asimismo los ministerios del Interior, Hacienda y de Exteriores. Como colaborador del Mariscal de Ayacucho cumplió una vasta labor en la organización de las instituciones de la República. Al lado del maestro del Libertador Simón Bolívar, don Simón Rodríguez, el español Infante llevó adelante la política educativa durante el breve período presidencial del mariscal Sucre.
En el gobierno del presidente Sucre hubo una “preponderancia de foráneos”, británicos, españoles, rioplatenses, colombianos y otros; acotando que la población sentía desconfianza por ellos. Es preciso tener en cuenta, para este propósito, que en aquella época la nueva República no contaba con profesionales idóneos para el ejercicio de altas funciones, de enorme responsabilidad. De ahí que el concurso de personajes, como Facundo Infante, fue de mucha significación y valía incuestionable, para echar a andar el armazón de la nueva República.
La biógrafa fija datos precisos al señalar que: “En sus dos años de estancia en el poder, llevan la rúbrica de Facundo Infante 162 disposiciones, entre leyes, decretos, resoluciones, órdenes y circulares”. La permanencia del español fue continua hasta que se produjo el motín del 18 de abril de 1828, que alejó al Mariscal de la Presidencia de la República y, una vez más, Infante, profundamente afectado por el estado de salud de Sucre y la situación del nuevo país, salió desterrado por disposición del Tratado de Piquiza, esta vez de su tierra adoptiva hacia Salta- Argentina, dedicándose a labores intelectuales que cautivaban su espíritu.
En orden a normas de carácter secundario, llama la atención que en aquel tiempo Infante usara las palabras “volar” y “volando”, como sinónimos de “a la brevedad posible”, para impartir órdenes o dar a conocer comunicaciones. Veamos. El presidente Sucre “voló al sitio del motín”, “Que vengan volando cien lanceros”, o “voló a las inmediaciones de Chuquisaca”. Recuérdese que en Bolivia el primer vuelo –en el sentido verdadero— se produjo el 17 de abril de 1920, a cargo de los norteamericanos Cap. Donald Hudson y el mecánico Robert O. Albough, pero con gracia Infante conjugaba el verbo volar en el anterior siglo, cuando aún los cielos bolivianos no conocían pájaros metálicos que atronaran la quietud aldeana.
“El fin del gobierno de Sucre fue seguido de un periodo de inestabilidad; en lugar de la paz esperada surgió una dura pugna por el poder y un desmembramiento de las bases establecidas”, apunta la escritora española. Infante demostró interés por todo cuanto acontecía en el país; mediante una carta dirigida a Tomás Frías y a Casimiro Olañeta, ex colaboradores suyos en El Cóndor de Bolivia, les expresaba: “aquella tierra querida, asilo de mis desgracias, consuelo de mis aflicciones y por cuya prosperidad hago votos con toda la vehemencia de que es capaz mi alma agradecida”.
El mérito primordial de la obra descansa en que para nosotros significa ver y juzgar lo que aconteció en territorio de la naciente República de Bolivia -y aún años antes- bajo la perspectiva de una investigadora española, es decir desde la vereda de enfrente. La autora escribe: “Cambiando las coordenadas espacio-temporales y las caras de los personajes, la historia parecía condenada a repetirse”, entre España y Bolivia. Y en otro sector del libro, página 114, sostiene que Fernando VII promulgó otro decreto de marcado signo contrario; por lo que habría que agregar que se trata de experiencias similares, las de España en el Siglo XVIII, a las actuales de Bolivia, con andares y desandares en materia de decisiones políticas.
En el monumental Diccionario Histórico de Bolivia, editado hace una década en Sucre, Joseph M. Barnadas, capitán del equipo redactor, reclamaba la deuda de nuestro país para que se escriba la biografía de Facundo Infante. Hoy, felizmente, llega este trabajo desde la otra orilla.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán Consejo de Administración:
Miguel Lazo de la Vega |
Ernesto Murillo Estrada |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |