Salvo algunos toques políticos gubernamentales de ponderación, Bolivia aún se mantiene en su inercia de postración y atraso, con políticas públicas de parche, sin esperanza de que alguna marque el rumbo adecuado. Debido a la miopía política amurallada en anacrónicas ideologías, no se percibe con desprendimiento la realidad nacional, mientras una mayoría del pueblo siente que el “país de las maravillas” se encuentra a punto de tocar fondo, convulsionado y atosigado por grandes problemas y reiterativos conflictos generados por el propio Gobierno, los cuales son proclives a desbordes y permanentes enfrentamientos.
El barullo político de esta gestión se inicia cuando el Presidente se toma tres años de vacaciones, dizque para aprender a gobernar, luego desperdicia la “gran bonanza económica” cuando súbitamente los precios de los minerales suben a las nubes, más las condonaciones de nuestra deuda internacional. Posteriormente, ataca e injuria a la oligarquía cruceña, afectando al pueblo camba, enfrentándonos collas contra cambas, aymaras contra k’aras, campo contra ciudad, indígenas contra indígenas, región contra región, en una aparente división de intereses locales y regionales.
Después de combatir a las autonomías, aparece con una curiosa conformación de 37 naciones, carentes de cohesión y unidad, situación que divide al país, poniendo en permanente peligro la estabilidad y tranquilidad social, atentando además contra la seguridad interna del país, como a su propia integridad.
El neocolonialismo plantea la tesis de gobernar privilegiando a los campesinos, como base militante de su estructura partidaria, con las llamadas “agrupaciones sociales”, que sobresalen con el apoyo ciego a los errores del Gobierno, y dan pautas y soluciones en las “cumbres nacionales”. De esta manera, “más vale un campesino o un obrero en el Gobierno, que un profesional o un sabio”. Pero hasta el momento son tan ajenas a la eficiencia y capacidad de gestión, que sus labores traducen nepotismo y corrupción sin parangones. Esta “tesis” plantea también minimizar, empobrecer y destruir al k’ara, rechazando la intelectualidad y preparación de las personas.
Paradójicamente, como desfase de su administración, observamos que son funcionarios en el esquema de gobierno numerosos k’aras blancoides, más papistas que el Papa.
Al lograr el control total del Estado, se implanta un autoritarismo vertical y estatizador, que alienta en los indígenas resentimiento y rencor contra la clase media, culpando a las generaciones actuales por 500 años de esclavitud aymara, sin contar los siglos bajo el incario. Ese odio se traduce en un racismo invertido, donde la discriminación se hace más palpable. Se altera la historia, se destroza los símbolos nacionales, se judicializa y criminaliza a la oposición política, como a todo lo contrario a sus postulados. Se atenta contra los Derechos Humanos, se ataca e incrimina con mucha facilidad, como dando la impresión de que este comportamiento intolerante sería producto de la supina ingenuidad, de que gracias a esta influencia atropella y vulnera con tanta facilidad su propia Constitución Política, exigiendo a la vez su respeto y cumplimiento. De aquí deriva tanta improvisación, incoherencia, contradicciones e improvisaciones en las leyes y disposiciones, para luego ser borradas con el codo.
Con el mejor estilo del neoliberalismo, la reiteración de innumerables errores e inopinadas acciones políticas ha sido indudablemente producto de la falta de sentido común, lo que daría origen a un permanente malestar y reacciones con sendas críticas y repudio por parte del pueblo. Pero gracias a la disponibilidad de medios e instrumentos, al margen de urdir arteras maniobras en delirante demagogia, no se escatima en sentar engañosas convicciones interesadas sobre el pueblo, con el fin de distorsionar, inferir y finalmente estigmatizar o declarar esas reacciones como contrarias a sus intereses.
Toda esta acumulación de crisis y errores políticos ha creado un clima de temor e incertidumbre, que se ensaña con el pueblo, destruyendo sistemáticamente el espíritu nacional, al extremo de que se nota un desmoronamiento moral y espiritual, un extravío de las buenas costumbres y valores sociales. Es difícil revertir la falta de una conciencia de pertenencia, lo que no ayuda a encontrar las mejores condiciones para el Bien Común. Se suman a ese estado la falta de fuentes de trabajo, la exagerada desocupación y la pobreza. Nadie respeta a nadie, todos estamos a la defensiva, con desorden, indisciplina, corrupción, crimen y delincuencia, siendo la juventud el blanco directo de estas consecuencias.
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