Desde hace cerca de 150 años, Bolivia empezó a depender económicamente de Chile y esa relación se fue acentuando por los tratados firmados entre 1880 y 1900 y que culminaron con el Tratado de 1904. Esa dependencia se acentuó más aún hasta que esa relación económica se amplió y alcanzó niveles extremos de dependencia política. En síntesis, Bolivia empezó a convertirse en “colonia” de Chile.
El objetivo principal de ese proyecto colonialista consistió en que la política internacional del Mapocho buscaba hacer de Chile una potencia imperialista, con el objetivo central de que Bolivia se convierta en mercado de consumo de su producción agrícola e industrial, vale decir en su colonia. Efectivamente, ese proceso se fue cumpliendo paulatinamente con mayor energía, con el agravante de que “personajes” bolivianos aceptaron el establecimiento de ese sistema, el mismo que culminó a mediados del siglo pasado. En efecto, Bolivia importaba todo lo que consumía (desde máquinas hasta fósforos) y exportaba, vía puertos del Pacífico, y con gran beneficio para Chile, materias primas para su industrialización en el extranjero.
Esa relación económica fue aumentando e inclusive Chile intervino en forma política en nuestro país en más de una oportunidad, aprovechando, al mismo tiempo, para desviar el río Lauca, utilizar las aguas del manantial del Silala y otros. Sin embargo ese abuso pudo ser frenado cuando a raíz de la desviación de las aguas del río Lauca, el Gobierno boliviano de entonces trató de frenar la arbitrariedad del vecino y suspendió relaciones diplomáticas que duran desde entonces (excepto un breve intervalo en 1976), o sea hace 35 años.
La ruptura de relaciones diplomáticas con Chile en 1962 fue uno de los hitos más importantes de la historia de Bolivia, pues no se limitó al problema del Lauca, sino tuvo el significado específico de poner fin a la ominosa dependencia política de nuestro país en relación con Chile. Ese fue un paso de extraordinaria importancia histórica para nuestro país, pues le permitió, desde entonces, actuar con soberanía y, al mismo tiempo, romper todo nexo político que influía e inclusive determinaba la vida de Bolivia.
Es más, esa ruptura total de relaciones con la metrópoli chilena no quedó ahí, sino que perdura desde entonces como una invariable política de Estado, mientras el vecino del Mapocho revise su conducta colonialista, devuelva a nuestro país su salida al mar, resuelva el asunto del desvío arbitrario del Lauca, solucione el asunto del Silala y, en general, adopte una conducta democrática en relación con sus vecinos.
Sin embargo, pese a todo, al parecer Bolivia sigue aceptando en niveles oficiales esa situación colonial en cuanto a Chile en el aspecto económico, pues nuestro país continúa siendo el mercado de consumo de los productos chilenos, como acaba de confirmar el Instituto Nacional de Estadística (INE), que reveló que Bolivia compra a Chile más de lo que le vende. Vale decir que el año pasado le vendimos 150 millones de dólares, mientras Chile nos vendió 308 millones de dólares, es decir que le compramos el doble de lo que le vendemos.
En cuanto a esa dependencia económica colonialista, el INE destaca que las exportaciones a Chile entre el 2005 -2011 alcanzaron los 539 millones de dólares, mientras las importaciones en ese mismo tiempo sumaron 1.836 millones, dejando saldo negativo de 1.297 millones, datos numéricos que revelan la gravedad de la condición colonial en que se encuentra nuestra país frente a ese país.
Finalmente, esa dependencia colonial se confirma porque importamos productos industrializados, mientras seguimos exportando materias primas en bruto. Al respecto, la información indica que compramos a Chile 1.798 tipos de mercancías, mientras le vendemos únicamente 375 productos, casi todos estos como materia prima. Se destaca que unos 300 productos chilenos (alimentos, fruta, textiles, etc.) tienen ingreso libre al país.
La dependencia económica colonial de Bolivia hacia Chile es la contradicción principal de la vida boliviana, aunque esa dependencia se alivió desde que se interrumpió relaciones en 1962, estado de cosas que debe mantenerse invariable y que el Gobierno actual tiene que tomar en cuenta y no perderse en asuntos de mínima cuantía.
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