Sin filosofía no hay ciencia

Que el idealismo alemán hubiera sido considerado como teoría de la Revolución Francesa, como dice Herbert Marcuse en su obra “Razón y Revolución”, no significa que Kant, Fichte, Schelling y Hegel hubieran realizado una interpretación teórica de ella, sino que en gran parte escribieron sus filosofías como respuesta al reto de Francia de organizar el nuevo Estado y la sociedad sobre una base racional.

Esto quiere decir que mientras los nuevos gobernantes de Francia organizaban secretamente el nuevo Estado nacional, como consecuencia de la caída del antiguo régimen, los idealistas germanos, a la distancia, sin que tengan algo que ver con ello, teorizaban sobre la forma en la que deberían organizar el nuevo Estado nacional.

El tema debería interesarnos de sobremanera porque fue allí donde comenzaron a forjarse los hierros con los que construirían la prisión cultural en la que nos encontramos, como consecuencia de que con ellos comenzaron a sentarse las bases para desarrollar el positivismo que reina en todas las universidades del mundo.

Allí se dice que estaba muriendo la filosofía al haber cedido todos sus feudos del conocimiento a las diferentes ciencias particulares; muerte de la que según esas versiones vendría Kant a salvarla, asignándole un lugar entre las ciencias, dejando en consecuencia de ser una explicación sobre las cosas, para convertirse en una explicación del conocimiento de las cosas.

Si ingresamos al estudio de esa filosofía caeremos en sus redes por su perfección, prisioneros de sus cantos de sirena, perfección que no siempre significa verdad, sino preciosismos de expresión, por lo que, a una distancia de mas de dos siglos de los acontecimientos que allí se vivieron, lejos del influjo del aplastante desarrollo del fracasado pensamiento lógico, podemos observarlos como se observa a un rinoceronte en un zoológico.

A la filosofía allí realmente le ocurrió lo que a los muertos del poema de Juan Ruiz de Alarcón, que se aduce Zorrilla del Tenorio, que decían: los muertos que vos matáis gozan de buena salud, ya que, en efecto, estas doctrinas que se desarrollaban en los años finales de la fructífera época del rococó, dieron lugar al positivismo durante la borrachera del romanticismo, de la que dice José Ortega y Gasset que es la moderna confusión de las lenguas, las que fueron superadas 60 años mas tarde por el filosofo alemán Wilhelm Dilthey al descubrir la Idea de la Vida Humana, que es la verdadera materia de estudios de todas las ciencias sociales. A ellas Ortega durante la primera mitad del Siglo XX les dotaría de sus métodos para conocer, cosa que como iremos viendo no era posible de realizar a través del llamado método científico.

Queda, pues, como el imperativo de la hora de la descolonización cultural, aclarar lo ocurrido en la Europa en los años finales del Siglo XVIII y de las dos primeras décadas del Siglo XIX, que fue cuando se desarrollaba una etapa de enajenación del conocimiento que había comenzado en Grecia, la que continuó con los trabajos de Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint Simón y Augusto Comte, un movimiento cognoscitivo que sería conocido con el nombre de positivismo, que venía desde los escépticos ingleses encabezados por Bacon, Locke, Berkely y Hume. De este último diría Kant que lo había despertado del sueño dogmático, dejándonos la tarea de despertar del sueño escolástico del idealismo trascendental.

circulolectoresortegaygasset@hotmail.com

evacaflores@hotmail.com