Toda sociedad sobreprotegida, atenida al socorro o ayuda de sus vecinos y semejantes o apoyada simplemente en lo poco que tiene o, peor, en el hecho de contar con “reservas acumuladas” o, finalmente, confiar en “posibles milagros financieros”, tarda muy poco en darse cuenta de su realidad que es ingresar en un pozo sin fondo que determina pobreza o agrava la existente.
En los países pobres y subdesarrollados como son los del Tercer Mundo y al que pertenece nuestro país, se ha tenido la característica, desde hace varios decenios, de creer en situaciones financieras relativamente confiables, pero deleznables ante cualquier crisis. Atenerse a las ayudas de países amigos u organismos internacionales ha sido uno de los pecados capitales en que han incurrido muchos de nuestros gobiernos y el pueblo acumuló sólo un factor: gratitud hacia quienes lo favorecieron; pero, a la vez, acumuló deudas internas y externas que, más temprano que tarde, tendrán que ser honradas.
A todo este panorama se agregó, desde enero de 2006, lo que el Gobierno llamó indirectamente “políticas de socialismo de Estado” que permitan una “liberación del imperialismo y del capitalismo”: nacionalizó -aunque sólo hizo o pretendió cambiar textos de contratos- compañías petroleras y anuló la actividad privada, seguramente con la mentalidad de estatizarlo todo en sus políticas “de cambio” que jamás se pusieron en práctica porque quienes debían ser autores no hicieron lo más importante: cambiar ellos mismos de conductas y adquirir valores para emprender acciones a favor del país.
Bolivia vive, desde hace bastante tiempo, con casi todo lo que usa y consume subvencionado: se gasta millones de dólares en compra de carburantes y muchos alimentos y algunos artículos de uso y consumo. Se ha confundido políticas de “ayuda social” con las de “despilfarro” que han empobrecido al país y lo han sumido en mayor pobreza. Hoy, aunque muy lenta e indirectamente, el Gobierno da muestras de querer cambiar rumbos, corregir lo errado y fortalecer las fuentes de producción y riqueza; pero como no sabe cómo ni cuándo hacerlo, está en las lides del simple tanteo; en otras palabras, está sufriendo las consecuencias de haber hecho lo que no debía y no saber cómo salir del entuerto creado.
La verdad es que es un hecho que para levantar las subvenciones, es preciso crear las condiciones; esto será posible tanto cuanto se restituya garantías y programas de apoyo a la producción de alimentos y bienes de uso y consumo; disminuir radicalmente ciertas importaciones de lo que producimos y usamos; combatir seria y responsablemente al contrabando; luchar contra el narcotráfico y la producción de coca; garantizar el trabajo del sector privado y, lo más importante, abandonar el coqueteo con políticas de socialismo de extremas izquierdas que han fracasado en todo el mundo y que vanamente se pretende darles vigencia en nuestro país.
Hay muchas otras medidas que habrá que adoptar; para el inicio basta las nombradas, pero es necesario hacerlo con la honestidad, el coraje y la responsabilidad necesarias; de otro modo, los simples enunciados o los propósitos – “in corde” – nunca darán resultado. Lo que haya que hacer, hacerlo pero reconociendo previamente los errores cometidos, porque sólo el examen de lo mal hecho permitirá corregirlo y evitar caídas en los mismos pozos de absurdos, demagogia e irresponsabilidad en que se vivió durante más de seis años.
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