Aunque con casi dos años que faltan para las elecciones del 2014, el MAS, partido de gobierno, está empeñado en prepararse para una posible reelección del presidente Evo Morales -una intención y ambición que, por supuesto, no corresponde conforme a los textos constitucionales-. Por el contrario, hay dejadez en grupos que pretenderían conformar candidaturas que tercien en las elecciones con partidos muy pequeños que actúan en la vida nacional aunque muy débilmente y sin mayores posibilidades porque cada uno parece haber adquirido el complejo de la egolatría, el “yoyismo” y otras taras que casi siempre han destruido a los partidos en nuestro país.
Por muchas razones se dice que la democracia se fortalece con la acción de la política partidista; también se sostiene que no hay democracia sin vigencia de los partidos políticos; en fin, se dan muchas razones para que los partidos políticos actúen coherentemente en el poder o en el llano de un Estado. Ellos, los políticos, deberían ser el sostén de la democracia tanto en acciones de gobierno como, constructivamente, en el llano desde el que muestren conductas de modos de gobernar a quienes están en puestos claves del régimen gobernante y que, obnubilados por el poder, cometen errores garrafales en la conducción del país.
Las experiencias pasadas muestran que todo lo que debería ser la política partidista está bien para la teoría y que su aplicación está muy lejana de lo que un país convulsionado como el nuestro requiere: capacidad y honestidad en sus conductores; responsabilidad y vocación de servicio en todos sus actos (inclusive en los privados); conciencia de país y vocación por el bien común no sólo cuando se encuentran con poder político, social y económico sino en su vida privada que, para merecer el apoyo y la confianza del pueblo, necesitan.
Hay muchas definiciones, conceptos e ideas sobre lo que está en la conciencia del pueblo cuando se trata de definir a los políticos. Tal vez, lo más aproximado a la realidad y fruto de las experiencias sufridas y, sobre todo, el pleno conocimiento del alma humana, lo expresó el novelista vasco Pío Baroja: “La verdad es que hay siete clases de políticos… sí, como los siete pecados capitales. A saber: 1) los que no saben; 2) los que no quieren saber; 3) los que odian el saber; 4) los que sufren por no saber; 5) los que aparentan que saben; 6) los que triunfan sin saber, y 7) los que viven gracias a que los demás no saben”. Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”. Miguel de Unamuno y Benito Pérez Galdós aplaudieron a Baroja… sobre todo por el último punto. O sea que ayer como hoy, y hoy como ayer, los políticos siempre han sido cerebros que se han aprovechado de la mediocridad de un porcentaje alto de personas.
La verdad es que la práctica de la política, en la acción partidista, casi siempre ha sido minimizada o adulterada y hasta traicionada porque esas mentes llamadas “cabezas” creyeron que eran más de lo que eran y en verdad no merecían ser lo poco que eran. Estas situaciones son definidas por el pueblo que vota por ellos, que los aplaude o no los toma en cuenta, porque sabe de sus vidas y antecedentes.
Los resultados de las acciones negativas en política, los sufre el país por acciones que no correspondían pero que la demagogia se encargó de mostrar como “adelantos revolucionarios” o “alternativas para los cambios”, aunque en la realidad nada se cambia porque sus posibles ejecutores no saben ni entienden cómo encarar lo que anuncian. La política partidista, para ser creíble y realizable, deberá contar con la superación de todo lo que señala el escritor Pío Baroja y, para ello, se requiere un mínimo de humildad que nuestros políticos -los que están en ejercicio y los que intentan incursionar en campo tan amplio- están muy lejos de tener.
Innegablemente, también los políticos consideran que la política es una ciencia, es el arte de servir gobernando y es la forma de mostrar desde el llano las diversas soluciones que requiere un país para sus problemas. Lo sensible es que en la práctica nada de ello demuestran y, en casos, obran en sentido contrario porque lo primero que aplican es “el dejar hacer y dejar pasar” y, peor, esperan que los problemas encuentren solución por sí mismos o sea el pueblo el que, por costumbre, se habitúe a los hechos y aprenda a vivir con ellos. Estas malas acciones determinan que son los partidos políticos los encargados de agrandar las dificultades porque, una vez en el gobierno constitucional, parecería que se aburren de la democracia y poco cuidan que la acción de servicio debe ser permanente y el servirse del país debe desaparecer.
Nuestros políticos han demostrado que en regímenes de dictadura, anhelan la democracia, pregonan la urgencia de su vigencia y exigen que el régimen entregue el poder mediante elecciones; producidas éstas desde el inicio parece que buscaron el poder por intereses personales y de grupo. Así, olvidan los programas y principios partidarios y hacen abstracción de sus propósitos.
La política es amor y entrega, servicio y honor a lo que se prometió y, fundamentalmente, sindéresis, humildad y conciencia de país. ¿Será posible que esas “clases privilegiadas de la política partidista” encuentren los derroteros de lo que es patria y pueblo?
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