Juan Marcelo Columba Fernández
Durante el periodo colonial la evangelización de la Iglesia católica tuvo un rol decisivo en la preservación de las lenguas precolombinas habladas en el territorio americano. ¿Cuál habría sido la suerte de varios de estos idiomas sin la intervención eclesiástica durante este período histórico? La preservación de muchas de estas lenguas ha sido posible, fundamentalmente, debido a su escritura y fijación en documentos de orden doctrinal y cultural producidos en el ámbito eclesiástico durante la colonia.
Aportes como el de los sacerdotes jesuitas Ludovico Bertonio -aimarista de origen italiano-, Antonio Ruiz de Montoya -guaranista de origen peruano- o del franciscano Domingo de Santo Tomás -quechuista de origen español- son una clara muestra de la dimensión de estos trabajos que, hasta el día de hoy, son fuentes insoslayables en el estudio del vocabulario y la gramática de estas lenguas.
El caso de la lengua Puquina es paradigmático en cuanto a su registro documental eclesiástico durante la colonia, pues, además de haber permitido el estudio de sus antecedentes, también constituye un importantísimo corpus de información lingüística disponible para su estudio contemporáneo. El Puquina, a la llegada de los españoles al continente americano, se encontraba entre los idiomas de mayor importancia; fue considerado como “lengua general”, vale decir, un idioma difundido en extensos territorios y hablado no sólo por las elites locales sino por la población en general (1).
Así, documentos eclesiásticos coloniales citados en el análisis etno-histórico detallan parroquias donde se hablaba el idioma Puquina al arribo de los españoles: Paucarqoya, Coata, Capachica, Huancané, Moho, Conima, Carabuco, Ancoraimes, Mocomoco, Camata, Ambaná, Achacache, Guarina (2); la iglesia de Andahuaylillas en Cusco aún presenta oraciones de bautismo pintadas en latín, castellano, quechua, aimara y Puquina. Este tipo de datos brinda una idea de la vasta difusión de este idioma y permite destacar una importante concomitancia de la geografía mencionada con el área de influencia de la civilización tiahuanacota. Esta correspondencia, entre territorio donde se hablaba la lengua Puquina y los hallazgos de cultura material tiahuanacota, ha llevado a destacados historiadores (3), arqueólogos (4) y lingüistas (5) a señalar que el Puquina fue la lengua del imperio de Tiahuanaco.
Las características del Puquina lo diferencian notoriamente de otra lengua con la que frecuentemente se lo identifica, el Uru. Esto puede advertirse tanto en la comparación de plegarias como el Pater Noster en los dos idiomas, como en la comparación de sus numerales: pesc, so, capa, etc. (en Puquina) y shi, piske, chep, etc. (en Uru). Sobre la evolución y permanencia oral del Puquina, estudios han señalado que la lengua Callahuaya es un dialecto Puquina que subsiste hasta nuestros días en la región norte del lago Titicaca (6).
En lo referente a los datos lingüísticos preservados en los archivos coloniales, el “Ritvale, sev Manvale Pervanvm” (7), catecismo católico publicado en el Siglo XVII por el sacerdote franciscano Luis Jerónimo de Oré, constituye un documento eclesiástico excepcional para el estudio de la lengua Puquina en nuestros días. El catecismo contiene textos religiosos en los idiomas latín, castellano, quechua, aimara, Puquina, guaraní, mochica y brasilica, utilizados para la instrucción de los pobladores conversos en las provincias del Perú.
El Ritvale cristaliza en sus páginas la pluralidad lingüística de la época, irradiándola a las generaciones siguientes y evidenciando el trabajo humanista realizado sobre las lenguas precolombinas desde la Iglesia. En la actualidad, iniciativas de estudio surgidas desde la academia, como es el caso de la Universidad de Leiden en los Países Bajos, realizan sistemáticos análisis lingüísticos de los textos Puquina incluidos en el Ritvale.
Es menester destacar el rol de este tipo de documentos eclesiásticos coloniales cuyas huellas en la escritura, más allá de todo dogmatismo etnocentrista y descolonizador, han contribuido ampliamente a la vigencia de diferentes lenguas precolombinas habladas en América y constituyen una fuente esencial para el estudio contemporáneo de sus características e historia. En el caso del Puquina, estos documentos parecen haberle otorgado viñay çumano (8).
El autor es lingüista. Profesor universitario.
Notas
(1) Garcés, Fernando (1999) Cuatro textos coloniales del quechua de la provincia de Quito. Quito. Proyecto de educación intercultural bilingüe.
(2) Corzón, Carmelo (2008) “Los aymaras y el ocaso de la civilización de Tiwanaku”, en Revista de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Año XII No. 53. La Paz.
(3) Gisbert, Teresa (2007) Historia de Bolivia. Libro I, Período prehispánico. La Paz. Editorial Gisbert.
(4) Huidobro Bellido, José (2008) “Nuevas pruebas de la presencia de Tiwanaku en Cusco”, en Revista de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Año XII No. 53. La Paz.
(5) Torero, Alfredo (1972) “Lingüística e Historia de los Andes de Perú y Bolivia”, en Escobar, Alberto. Comp. El reto del multilingüismo en el Perú. Lima. Instituto de Estudios Peruanos.
(6) Ibarra Grasso, Dick (1982) Lenguas indígenas de Bolivia. La Paz. Editorial Juventud.
(7) Oré, Jerónimo (1607) Ritvale, sev Manvale Pervanvm. Nápoles.
(8) “Vida eterna” (Traducción del Puquina presente en el catecismo de Jerónimo de Oré).
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán Consejo de Administración:
Miguel Lazo de la Vega |
Ernesto Murillo Estrada |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |