Ricardo Troncone dictó cátedra desde la “Academia”

Un zaguero que era insuperable

Elegante en el dominio del balón, era idolatrado por los hinchas de su club, que celebraron los títulos nacionales de 1976 y 1978.


Desde siempre, por el fútbol bo­li­via­no pa­saron muy importantes za­gue­ros centrales extranjeros. Se podría men­cio­nar a Jesús Herbas, Guery Ágre­da, Ma­rio Rojas, Santiago Mo­desto, Marco Antonio Sandy, Miguel Ángel Rimba, Raúl Eduardo Na­va­rro, Ri­car­do Fon­tana u Óscar Sán­chez, para citar a algunos, pero quien se destacó como el mejor de todos fue Ricardo Enrique Troncone.

Llegó a La Paz un día de 1976 y se quedó hasta 1979. Llegaba del Ra­cing Club y en poco tiempo, junto con José Solórzano formó una de­fensa inolvidable. De la mano de un técnico exigente e innovador, como el alemán Carlos Edward Vir­ba, Bo­lívar comenzó su definitivo des­pe­gue deportivo.

Eran los tiempos en que Mario Mer­cado, el presidente del club, iniciaba un proceso de búsqueda en pos de la perfección, cuyo objetivo era “lle­gar a Tokio”, como decía el in­ol­vi­da­ble visionario. En Tokio los cam­peones de Europa y Suda­méri­ca jugaban la Copa Intercontinental.

Los bolivaristas iban paso a paso. Primero, fue el estadio propio, luego del gran equipo que ese mismo año se coronó campeón paceño invicto: Carlos Conrado Jiménez, en el arco; Aldo Fierro, José Solórzano, Ri­car­do Troncone y Pablo Baldivieso, en la defensa; Carlos Aragonés, Luis Gregorio Gallo y Ovidio Messa, en el medio campo; Raúl Alberto Mo­ra­les, Jesús Reynaldo y Viviano Lugo, en el ataque. Una constelación de estrellas, máxime si se considera que en el banco de suplentes aparecían jugadores tan importantes como Jaime Rimazza, Édgar Góngora, Nicolás Linares, Mario Pariente, Juan Américo Díaz, Édgar Vaca, Adolfo Flores, Herland Aráoz y otros más.

Sin embargo, este elenco bolivarista que ese mismo año ganó el título nacional basaba su producción fut­bolística en su rendimiento de­fen­si­vo. Troncone no podía ser superado fácilmente por los delanteros rivales, cuando éstos llegaban con el balón dominado; por el aire menos, pues su capacidad de salto, su estatura y su notable capacidad para leer las jugadas lo hacían insuperable, era veloz físicamente y rápido men­talmente. Dada su estatura y for­ta­le­za, no tenía inconvenientes para chocar con delanteros que cau­sa­ban temor a otros, como Jorge Lat­tini, de The Strongest; Porfirio Ji­mé­nez, de Gua­birá, o An­tonio Go­ttardi, de Oriente , sólo para citar a tres.

Elegante en el dominio del balón, era idolatrado por los hinchas de su club, que vieron cómo era un aporte decisivo para alcanzar los títulos nacionales de 1976 y 1978.

Hizo del estadio Libertador Simón Bolívar su bastión. Con él, los ar­que­ros que compartieron equipo: Arturo Galarza, Carlos Conrado Ji­ménez, Antonio Carusso e Ismael Peinado tenían menos motivos de preocupación y los delanteros sa­bían que debían hacer su máximo esfuerzo para hacer su trabajo.

En 1978 llegó Waldino Palacios, otro formidable zaguero que complementó aquella muralla de­fen­siva celeste.

Cuando comprendió que sus con­di­ciones físicas ya no eran las ideales, a fines de la temporada 1979, emprendió el regreso a su país na­tal, donde se enroló a Platense, de Buenos Aires, y poco después concluyó su carrera.

Desde entonces, Bolívar tuvo za­gue­ros centrales de gran calidad, como Jorge Olaechea, los nom­bra­dos Sandy, Rimba y algunos más, pero ninguno ofreció la seguridad e imagen que Troncone era capaz de transmitir a propios y extraños.

Todavía quedan en la memoria aque­llos duelos que mantuvo con futbolistas de la talla de Edwin Ro­mero, Jorge Lattini, Miguel Aguilar, Antonio Gottardi, Juan Carlos Sán­chez y otros.

Volvió al país fugazmente a prin­ci­pios de 1993, para participar en el partido de homenaje a Carlos Ángel López, que entre otras cosas, marcó el debut de Xabier Azkargorta como técnico de la selección nacional.

Canoso, pero con la misma es­tam­pa de aquellos inolvidables, Tron­co­ne volvió a lucir sus condiciones ante la selección en el estadio Her­nando Siles, de Miraflores.

 
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