¿Son los indígenas y sus descendientes los defensores de la naturaleza contra el capitalismo salvaje, al que acusan de destructor en su afán es acumular riqueza? Para mí, en su estilo y aspiraciones se parecen, es verdad que en menor escala.
El lago Titicaca que es sagrado, al final queda transformado en basural por los mismos que lo sacralizan. La coca es sagrada, pero sus productores arrasan Parques Nacionales con la hoja excedentaria transformada en cocaína. Unos pocos contaminan las aguas de la principal laguna de Malku Khota para explotar oro en su beneficio y se oponen, invocando la Pachamama, a su moderna exploración minera.
En Huanuni contaminan ríos y lagos por descargas de colas sin tratar de la mina de estaño más grande de América Latina, a cargo de cooperativistas y asalariados de la COMIBOL que tomaron posesión del cerro Posokoni. Igual acontece con el TIPNIS, que lo quieren defender a ultranza, cuando sus habitantes ya lo han profanado aún en pequeña nivel, para poder sobrevivir y al presente lo quieren para sus hijos, nietos, como si fueran dueños.
El año 2010 escribí un artículo: “Costumbres que matan el agua de la vida”, sobre ríos en el altiplano que fluyen al Lago Titicaca y constaté “in situ” que son convertidos en botaderos de basura inorgánica. Por lo que no es casual, por ejemplo, que el río a dos cuadras de la plaza principal de Viacha, hace diez años tenía peces y ahora no hay ni sombra. Quieren un Lago Titicaca de aguas muertas.
En lo que respecta a los cocaleros, las hectáreas cultivadas son esenciales en el precio de la coca para la cocaína, por lo que tácticamente les interesa incrementarlas y extender sus fronteras de cultivos, con el objeto de enredar la lucha contra su producción ahora atomizada. Igualmente deben localizarse a futuro próximo, para crecer con su comercialización mundial y favorecer realidades como la de “Marcola e estamos no inferno” (ver web).
La minería, por su lado, está siendo acaparada por los que quieren hacer prevalecer métodos de producción muy rudimentarios y contaminantes, pero de bajas inversiones e inmediata utilidad para los pocos que controlan comunidades aledañas donde se encuentra. Desechan un trabajo extractivo sobre la base de exploraciones bien determinadas, que atraigan fuertes inversiones extranjeras, incluidas las que también contemplen inversiones importantes para disminuir el impacto ambiental negativo.
Mientras que los defensores del TIPNIS, en el proceso de sus marchas por un concreto sentido de su sagrada súper vivencia como seres humanos, ahora tienen demandas de privilegios para adueñarse de territorios y con ellos generar excedentes para contemporizar con una vida de consumo próxima a los citadinos de las principales capitales de Bolivia. Lo que es algo muy genuino en cualquier ser humano, pero no a costa de la restante y mayoritaria población boliviana.
Blanden banderas de lo sagrado y profanan lo sacralizado sin piedad.
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