Urbano
“Confiado pero más sorprendido me despierto por la ausencia de protestas, dinamitazos, golpes, corridas y efectivos verde olivo en las calles de la ciudad. Hace buen rato que no hay líos en el centro paceño lo cual me otorga la suficiente confianza para hacer caso omiso del despertador y dormir diez minutos más.
Con la duda de si realmente se congelaron mis sabanas o es mi fobia al frio previo a la ducha, levantarme de la cama me toma inusuales ocho minutos para que logre destaparme. Como sopapo de zurdo o de kurdo, para el caso es lo mismo, todo mi cuerpo se estremece al tener contacto con el frio polar reinante en estos días en toda la región. Con un proceso casi igual de largo para llegar a la ducha caliente, no tengo la menor intención de salir de la misma pero el tiempo y acecha a mi puntualidad laboral.
Con prisa alborotada voy del baño al dormitorio y procedo a ponerme los poco sexys calzones de diablo que me heredó el tío Douglas al estirar los cachos; a esto se suma mi camiseta nylon térmica que pertenecía a mi mamá antes de contar con tantos huecos. A todo esto se suman los polcos de lana que cariñosamente me tejió Estrellita en un color fucsia pastel. Así, con una gran dotación de interiores abrigados termino de vestirme para ir al trabajo, simplemente para darme cuenta de que cruzando la puerta de calle no sirve de nada estar más abrigado que esquimal con gripe. El frío es tan penetrante que siento que mi parte más oscura se congela… mi conciencia, por lo que ilusamente pienso – Si corro entraré en calor. Nada más falso, evidentemente en mi afán de calor llego al trabajo mucho muy rápido pero con las patillas escarchadas y es cuando me doy cuenta que cualquier ser vivo en esta ciudad se merece horario de invierno en la mañana… no solo los niños tienen frío”
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