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Celebraría equivocarme, pero creo que la 42 Asamblea de la OEA Bolivia marca un retroceso más allá de 1979. Nada aparta la impresión de haber presenciado una de las mayores derrotas diplomáticas en el más que centenario reclamo de Bolivia.
Nadie en Bolivia puede alegrarse de este traspié, patente cuando uno a uno los cancilleres del hemisferio o sus representantes daban la espalda a la multilateralidad del tema de la mediterraneidad boliviana. Quedaban debilitadas décadas de gestiones para afianzar el concepto de que la solución del encierro geográfico de Bolivia interesaba a todos porque era éste un escollo para la paz y seguridad continentales. Los esfuerzos para que la región reconozca que el problema boliviano es más profundo y que afecta al hemisferio, dieron un retroceso. Pretender lo contrario no hará sino acentuar el aislamiento de Bolivia, pues apuntalará la creencia de que en Bolivia impera una ceguera que distorsiona la realidad a conveniencia y asegura que hay sol cuando lo que hay es un temporal que moja a todos. La conclusión será que quienes acomodan los hechos no son confiables. Más temprano que tarde la realidad les aparecerá con fuerza demoledora.
Esto no significa que el concepto de la multilateralidad ha muerto, pero ha quedado maltrecho y habrá que emprender un esfuerzo supremo para reconstruirlo. Reconocer las propias heridas es el primer paso para restañarlas.
Bolivia siguió una estrategia errada que no se debe repetir y que debería dejar enseñanzas. La primera es que no se puede avanzar en los frentes externos sin una sólida unidad interna. La resolución de 1979 tenía por base la unidad que le confería una opinión interna mayoritaria que abrazaba la democracia y repudiaba intentos autoritarios. La actuación boliviana ante la 42 asamblea tiene como telón de fondo un manifiesto descontento con las tendencias actuales. Entre las manifestaciones de descontento aparecen la marcha esforzada y persistente del TIPNIS, la prolongada huelga de los médicos y el apoyo que tuvo de estudiantes, mineros y la COB; a todo esto se suma el clima de inseguridad ante la creciente criminalidad, y la percepción de que el narcotráfico se ha afincado en el país como bibosi en motacú..
Este martes hubo un pronunciamiento verbal de todos los cancilleres o sus representantes tras los informes de Bolivia y de Chile. El planteamiento del canciller Choquehuanca de renegociar el tratado de 1904 no encontró eco cuando sus colegas le respondieron: negocien bilateralmente. ¿Con qué apoyo contaría Bolivia si denunciara ese tratado o reclamara su renegociación? A esta pregunta sigue otra: ¿Puede La Haya pronunciarse sobre un tema para el que el hemisferio americano ha sugerido el diálogo bilateral? El propio presidente Morales ha aceptado que está ante un problema difícil. El canciller chileno, al responder a su colega Choquehuanca, destacó que consideraba el apoyo al bilateralismo como una muestra del aprecio y cariño por su país. No hubo una respuesta boliviana acorde a ese momento. Los rostros de ambos cancilleres decían volúmenes.
El ambiente desfavorable a Bolivia puede haber sido estimulado por los bulliciosos “movimientos sociales” instalados para la ceremonia inaugural que abuchearon a los delegados chilenos y estadounidenses. Nadie les instruyó cumplir las normas de la hospitalidad.
Bolivia está pagando un precio alto por ignorar el concepto que encierra la frase atribuida al estadista británico Benjamín Disraeli: “Los ingleses no tienen amigos, sólo intereses”. Por buscar amigos Bolivia perdió la mejor oportunidad de avanzar hacia una solución de su disputa con Chile. El presidente Morales gozaba de todas la condiciones para emprender una negociación (apoyo interno masivo y amplias simpatías internacionales), pero sucumbió a una estrategia de desgaste y está con las manos vacías. Ahora tiene al frente el mandato constitucional que le ordena renegociar o denunciar tratados que no se ensamblen con la CPE. Es el fin de un capítulo que demarca nuestra historia diplomática.
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