Como desafortunadas calificó la Asociación de Periodistas a las declaraciones del Vicepresidente de la República sobre una “tergiversación informativa” de los medios de comunicación; en otras palabras, que habría un “histerismo informativo que altera la noticia”. Referirse a una posible “dictadura mediática” para terminar las injustas afirmaciones, no corresponde en quien, por el mismo hecho de haber leído “25 mil libros” se sobreentiende que en cada una de las páginas ha encontrado pruebas de que no hay mayor bien para el ser humano que la libertad de pensamiento de la que proviene la libertad de expresión.
El libro es el instrumento para mostrar lo que es el hombre, lo que piensa y siente; es la manifestación del espíritu humano y de ahí que bien se puede decir que no hay libros malos y que, cualquier prohibición en contra de ellos, es una aberración. Conviene no olvidar que hasta el peor libro enseña cómo no se debe escribir. Los libros actúan como los mejores maestros porque transmiten el pensamiento, las ideas, los criterios, las experiencias, los triunfos y derrotas de los protagonistas y, en casos, de los propios autores. Son lección permanente de vida y nadie puede sustraerse a sus influencias.
Es preciso entender que en todo tiempo y lugar la palabra expresada por los libros y todo sistema de comunicación, ha conseguido uno de los siguientes objetivos: contentó o descontentó a quienes poseen poder político, social, económico, cultural o de cualquier tipo; consecuentemente, bien podría decirse que la palabra, por bien dicha y acertada que sea, por clara y contundente que sea dicha o presentada, nunca será de satisfacción plena de quien es, directamente o no, destinatario. Tal vez, el dicho “al que le caiga el guante que se lo chante” es lo más acertado para mostrar a quienes resultan ser destinatarios.
En Bolivia -como en cualquier parte- los medios de comunicación están muy lejos de ser irresponsables o tergiversadores o manipuladores de las noticias y, si alguien comprueba que es así, sería cuestión de que lo demuestre y señale los casos precisos. Si ello ocurriera, pueden estar seguros los afectados de que medios y periodistas sabrán rectificar cuando así corresponda y, además, no repetirá el yerro.
Quienes se sienten víctimas de lo inserto en las páginas de la prensa o se escucha en radios, televisión o está en medios alternativos, tiene el derecho de expresar libremente su desacuerdo y hacer sus reclamos; nadie, en sano juicio, podría negar a esas víctimas los derechos que tengan porque los periodistas y comunicadores somos defensores de nuestra comunidad en general y de los diferentes ciudadanos que, de una u otra manera, creen que sus derechos están mellados por injusticias como es el caso de quienes no son juzgados y pasan ignorados, por años, en las cárceles porque los jueces encargados de sus casos, hacen la vista gorda tan sólo por no aplicar el sentido de la justicia.
Quienes tienen poder en el Gobierno, y mucho más cualquiera de los primeros mandatarios, deben cuidar mucho sus acusaciones, especialmente cuando saben a profundidad el sentir y comportamiento de periodistas y medios que sirven al país y no se sirven de él. Un mínimo de sindéresis, honestidad y responsabilidad deben ser suficientes para no lanzar acusaciones que no corresponden y que resultan, en la práctica, “boomerangs” que retornan a la cara de quienes lanzan acusaciones incorrectas.
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