Jaime Richart
Como en tantas otras cuestiones Karl Marx tenía razón: la política es una mera superestructura cambiante de lo económico. En el trance en que nos encontramos y pese a los esfuerzos por negarlo el Gobierno español y sus periodistas afines, la condicionalidad que habrá de firmarse en julio tras las inspecciones pertinentes prueba que los técnicos económicos están por encima de los dirigentes políticos.
La política y los políticos, pues -ya es definitivo en el capitalismo financiero- están al servicio y a lo que digan los economistas. Los políticos son meros ejecutivos suyos. El margen de maniobra de los políticos se reduce a elegir –hasta cierto punto también- dónde obtener el dinero para pagar todo cuanto hay que devolver en la financiación de los préstamos y la actual refinanciación. Los políticos, pues, son unos “pringaos” al lado de los economistas. No extraña que los países intervenidos hayan terminado por reconocerlo y hayan entregado la responsabilidad de gobierno prácticamente a los tecnócratas.
Y todo esto, en parte o en todo en este país no sólo por la desastrosa gestión del dinero recibido en su día de Europa, dilapidado o robado literalmente, sino por la falta absoluta de confianza que ese modo de proceder ha generado en los prestamistas. Para salvar el euro se necesita un férreo control sobre las cifras astronómicas que van a ser entregadas al Gobierno español para que sea gestionada debidamente por los bancos. Los prestamistas no se fían, y con razón… Ha habido demasiada rapiña, demasiada frivolidad, demasiado prurito personal en el gasto del dinero que nos fue prestado con la entrada en el G9.
De niño me contaban los profesores que recobrar la buena fama perdida era tan difícil como reunir todas las plumas de un saco lanzadas al viento. Y la de los dirigentes de este país –todos de ambos partidos mayoritarios- sólo se podría recuperar de un solo modo: dando un vuelco total al sistema y al modelo de Estado. Esto es, reinstaurando la República…
Este país ha ido acumulando durante las décadas que sucedieron al dictador la más absoluta desconfianza de toda la ciudadanía hacia todo y hacia todos los que han gobernado y gobiernan, a todo cuanto se nos cuenta y hacia quienes nos lo cuenta. Y ahora mismo estamos asistiendo a la desconfianza de la Europa dirigente, que no se fía ni en la economía española ni en la gestión de sus banqueros ni en las decisiones de los políticos. Hemos agotado el crédito y la confianza internacionales. El descrédito acumulado durante décadas está aflorando por la presión de la envergadura del despilfarro y de las trampas. La intervención de los supervisores y de los bancos europeos que reclaman el dinero prestado significa no sólo que no se les paga lo que se les debe, sino que tampoco se fían de recuperarlo. Por eso el préstamo y la refinanciación de otros préstamos van acompañados de auditorías y luego de directrices a los bancos y al Gobierno.
Pero nosotros, la ciudadanía común que constituimos el grueso de la población de este país, no es que no creamos a los gobernantes que dicen y se desdicen de un día para otro, es que ya no tenemos referentes ni creemos a nadie… Parece mentira que no tengan en cuenta lo que vemos en las videotecas. Las acusaciones de este Gobierno al Gobierno anterior y las promesas que hicieron cuando estaban en la oposición, se están volviendo bochornosamente contra ellos haciendo añicos cualquier residuo de confianza. La ciudadanía está huérfana de credibilidad. No se fía de los políticos, pero tampoco de los bancos, ni de los jueces, ni de las empresas (especialmente las de telefonía), ni de los obispos, ni del papa.
Del recelo más que justificado no se libran ya ni el hombre del tiempo ni las empresas sociológicas encargadas de los sondeos de opinión, sean públicas o privadas. Todo está ideologizado. Hay tantos mintiendo masivamente como bellacos, tergiversando y afanando todo lo que han podido en esta última década que no se puede hacer la más mínima concesión a su credibilidad.
Por eso, el aluvión de mentiras, de estafas, de tejemanejes y de trapisondas vienen adueñándose de este país desde hace mucho tiempo hacen imposible que creamos lo que nos dice el servicio de Índices de Opinión Pública de Simple Lógica: que sólo un 54% de los españoles está a favor de un referéndum monarquía-república. No queda entidad, organismo o institución que podamos creer que es veraz y no ha manipulado.
Apuesto a que el tanto por ciento real de los españoles consultados sobre ese referéndum no es el 54 si no el 85. Primero, porque no por ser monárquico se es necesariamente intolerante, y segundo porque tal como está el patio lo lógico es que la inmensa mayoría esté deseando otro modelo de Estado, y lo disparatado es que se nos diga que todavía hay un 46 por ciento de españoles satisfechos. Así es que las empresas de sondeos de opinión también mienten.
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