Opinión
En una cultura deportiva que ha sido centrada en disciplinas al aire libre como beisbol, basquetbol y fútbol americano, se le concedió a Jack Cooke una nueva franquicia de la NHL (Liga de Hockey Nacional) a principios de 1966.
Cooke, un emprendedor canadiense que había logrado su fortuna a través de la inversión en medios de comunicación fue impulsado a llevar el deporte que más amaba a la ciudad de Los Ángeles, donde ya era dueño de los Lakers (NBA) de la misma ciudad.
Pretendiendo que su nuevo club de hockey sobre hielo capte un aire de realeza, bautizó a su equipo como los “Reyes de Los Ángeles”, el cual formaría parte de seis nuevos equipos que duplicarían el número de franquicias a doce.
En 1979, el canadiense se ve obligado a vender a los Reyes, Lakers y el coliseo que había construido para ambos, al inversionista de bienes raíces Jerry Buss. El oriundo del estado de Utah (Buss) posteriormente vende a los Reyes a Philip Anschutz y Edward Roski en 1995, dado a que el club angelino se encontraba en bancarrota.
Anschutz, probablemente considerado como uno de los grandes expertos del deporte (me refiero a todos los deportes, no sólo a hockey), ya que fue co-fundador de la MLS (Liga de Fútbol de los Estados Unidos), cinco equipos de esa misma liga y dueño de varios estadios deportivos; paga la deuda y construye junto a Roski un periodo que devolvería a los Reyes el prestigio alguna vez poseído.
Tras años de sacrificio e inversión y después de un poco más de 45 años, la travesía de Cooke finalmente cosechó frutos. El lunes 11, un día que quedará en la historia de todos los angelinos, los Reyes vapulearon a los Diablos de Nueva Jersey 6-1, ganado la serie 4-2 y adjudicándose la soñada Copa Stanley por primera vez en la historia de la franquicia.
J.C. “Flaco” Arenas
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