Días antes del 23 de marzo de 2009, el canciller Choquehuanca decía a la prensa que el tratamiento de los 13 puntos de la Agenda con Chile, marchaba por buen camino de entendimiento. Luego el Cónsul boliviano en Santiago aclaraba que las relaciones con este país se desarrollaban en plena armonía. Ajeno a estas declaraciones, el Sr. Evo Morales en su discurso de la Plaza Abaroa decidió elevar la demanda marítima al Tribunal de Justicia Internacional, decisión de la noche a la mañana que dejó perplejos a propios y extraños, como una novedad salida de la improvisación.
Pero una decisión de estas dimensiones debería suponer una asidua preparación, fecunda investigación y mucho tiempo de maduración, sobre todo responsabilidad, además de que no hubo coordinación con su Canciller y el Cónsul en Santiago. Ahora, desenfadado, recién el Presidente se da cuenta “que la demanda marítima ante la Justicia Internacional no había sido fácil y que ésta tiene sus problemas”, irresponsabilidad que cobrará factura muy negativa.
Por tales razones hasta el momento no se conoce un objetivo definido y claro sustento jurídico de la demanda, entonces cuál fue el objeto de crear el Consejo Consultivo Permanente, dispuesto a asesorar además con mucha pertinencia, dándonos cuenta que sólo fue una burlona creación, por el acostumbrado show político demagógico.
Respecto a los resultados, en la cuarta plenaria de la 42 Asamblea de la OEA algunos críticos hablaron de victorias seguidas, en el fútbol y en la Asamblea de Tiquipaya, asociando el talento futbolístico del Presidente, que en su inauguración, con sus mejores patadas fauleras, impetuoso embistió, rechazando, denostando a la OEA por su papel histórico desarrollado, con tanta vehemencia y despropósito que los diplomáticos presentes por lógica reacción se sintieron aludidos, molestos e incómodos, predisponiendo negativamente los ánimos contra el presidente Morales, hecho que desde luego y con seguridad influyó en los resultados del evento. Consideramos que su presencia como gobernante anfitrión debía resumirse en lo protocolar de bienvenida y feliz permanencia, y simplemente guardar estos criterios para el final.
Luego, la demanda que hizo el canciller Choquehuanca, nada funcional, no manifiesta un objetivo claro y definido, exponiendo con mucha tibieza, ausente de agresividad y firmeza, dando mayor énfasis a renegociar el Tratado de 1904, denunciado en reiteradas oportunidades por su incumplimiento por parte de Chile. De esta manera, previo lobby de Miguel Insulza, una mayoría de los representantes asistentes apoyó la noción que dice que el tema es un asunto netamente bilateral y que debe ser resuelto por ambos países en apego al derecho internacional. Lamentable ambigüedad de un discurso de demandas y requerimientos, como se escucha a políticos y agrupaciones sociales. Funesto fracaso diplomático, que una vez más sentencia al retroceso de nuestras aspiraciones.
A sabiendas que Chile había efectuado un efectivo lobby diplomático, no se tomó previsiones de una estrategia sólida, efectiva y dirigida a consolidar y mejorar la Resolución 426 de 1979, que señala que el conflicto entre Bolivia y Chile “es de interés hemisférico”, encaminada a dar a Bolivia una conexión territorial libre y soberana con el océano Pacífico”, sin compensación territorial. No se tomó en cuenta el elevado nivel político-diplomático y como siempre, Chile desconoció este logro diplomático.
¿Por qué se omitió y no se intentó plantear esta resolución?, que era lo más correcto. Por qué no se le aclaró al Ministro chileno que buena amistad no es sembrar minas en toda la frontera, no es desviar el curso del río Lauca, no es intentar apropiarse y no reconocer el uso de las aguas del Silala, ni frenar y dificultar el paso libre de nuestras exportaciones e importaciones, por la incapacidad y falta de iniciativa.
Tristemente, no hay razones para ponderar la actuación de nuestros representantes, conscientes de la recurrente frustración que deviene desde los orígenes de este conflicto. Nunca se hizo culto del sentimiento de que el mar es cuestión de vida o muerte para los bolivianos, menos nos esforzamos para hacer grande y fuerte al país, simplemente postramos nuestras aspiraciones por inercia. El chileno es nuestro peor enemigo y así debemos verlo.
Frente a las posibilidades que plantea esta situación, es imperante un cambio radical de la estructura de la Cancillería, hasta ahora conservadora, tradicional y obsoleta, herencia que en esta gestión se agrava por su organización amurallada en moldes político partidarios, convertida en un botín de guerra de militantes y abierto nepotismo, ingresando en una rutina de funciones sin poder percibir los cambios en el mundo.
Es deficiente y lenta por el nivel improvisado de sus recursos humanos, sabiendo que esta labor exige capacidad profesional en las áreas de especialidad, en las técnicas de negociación, expertos en todo tipo de política exterior, en cada área y zona geográfica, capaces de manejar y conducir una agenda internacional en todos los asuntos. Tal situación obedece a la odiosa tesis del Vicepresidente, en sentido de “que más vale un indígena o un obrero en el gobierno, que un profesional o sabio”.
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