En algún lugar…
Laura M. López Murillo
“Nunca en las angustias por verte contento, he trazado signos de tanto por ciento. Ahora, pequeño, quisiera orientarte: mi agente viajero llegará a cobrarte.
Será un niño tuyo: gota de tu sangre, y entonces, mi niño, como un hombre honrado, a tu propio hijo deberás pagarle”.- Rudyard Kipling
En algún lugar invulnerable, en una fortaleza edificada con la voluntad y el deber, noche tras noche y por el impulso de los anhelos se agrega una pluma a las alas que algún día emprenderán el vuelo hacia el punto más lejano del horizonte…
Cuenta la leyenda que Dédalo, el arquitecto de un mítico laberinto, fue encarcelado en una torre de Creta con su hijo, Ícaro, y ahí, Dédalo fabricó unas alas para superar aquel infortunio. Unió las plumas grandes con hilo y las pequeñas con cera, y por eso, le advirtió a Ícaro que al volar no se acercara al sol. Cuando emprendieron el vuelo, el éxtasis de la libertad impulsó a Ícaro y buscó el paraíso más allá de la esfera celeste, y la cera de sus alas y el horizonte de sus ansias se derritieron.
La figura paterna, como todos los parámetros del comportamiento, es susceptible al contexto: la definen los criterios predominantes, se configura por los modelos socialmente compartidos y generalmente aceptados. En la sociedad conservadora y restrictiva en los principios del Siglo XX, el padre encarnaba la autoridad implacable, el rigor de una disciplina ineludible. Con la contracultura emergió una sociedad permisiva y los hijos de los padres autoritarios se convirtieron en padres comprensivos que declinaron en el ejercicio de la autoridad y la delegaron a sus hijos, quienes la ejercieron como pequeños tiranos.
Durante la transición de una época a otra coexisten modelos tradicionales y emergentes; la familia es un paradigma que admite todas las versiones de la convivencia. En los hogares tradicionales, la paternidad se asume con la legendaria convicción de Dédalo y todos los afanes se dedican a la formación de un carácter libre y autónomo. Cuando se desvanecen los compromisos emocionales, la figura paterna equivale a una ausencia generalizada en un modelo emergente de familia; la paternidad se expande más allá de la aportación biológica y abarca un territorio que excede al mandato genético. En los hogares monoparentales el ejemplo y la autoridad son responsabilidades que recaen en uno de los progenitores, sea hombre o mujer.
La sociedad de mercado impone ubicaciones y horarios laborales que alguna vez fueron impensables; la cultura de masas propaga nuevos valores y estilos de vida. Esta época se define por la ruptura de paradigmas y en este entorno, la paternidad es un compromiso moral que un ser humano acepta con la convicción de trascender en la personalidad de los hijos. Ya sea en el hogar o lejos de la familia, con el apoyo del cónyuge o cargando con toda la responsabilidad, la figura paterna encarna en aquellos visionarios que fusionan el cariño y la disciplina en un abrazo. Hoy por hoy, cuando el individualismo deviene en egocentrismo y declina la capacidad de compromiso, la paternidad es una convicción, una generosa actitud, la versión más honesta de la empatía que se reproducirá en el futuro cuando los hijos (propios o ajenos) se conviertan en padres y repitan el ritual inexorable de los anhelos al agregar plumas a las alas que algún día emprenderán el vuelo hacia el punto más lejano del horizonte…
Dedicada al héroe de mi hogar y padre de mis hijos, y a todas las figuras, sea cual fuere el género, que valientemente enfrentan los retos de la paternidad.
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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