El contraste del tema marítimo en la 42 Asamblea de la OEA deja todavía escuchar ecos disonantes a uno y otro lado de las naciones concernidas. Sin duda, el punto focal del habitual choque entre Bolivia y Chile esta vez fue la propuesta del canciller Choquehuanca de revisar o renegociar el Tratado de 1904, alternativa respondida negativamente en seco por su similar Alfredo Moreno.
Por supuesto, la invitación boliviana, que no es la primera, no demandaba una decisión in situ y menos esperaba por respuesta el calificativo de “liviano”, impropio de un cónclave. Todos los diálogos sostenidos bajo diversos títulos con la Moneda han terminado siempre en exabruptos destemplados del otro lado de la frontera que, en buen romance, no son otra cosa que amenazas. En el derecho internacional todo tratado es revisable, máxime si éste es notoriamente desigual, según su calificación jurídica. Anclarse en la “santidad” de los tratados o pacta suunt servanda, es inactual y no responde a la mentalidad moderna.
Posteriormente y con el propósito de ampliar la propuesta hecha en la Asamblea de Cochabamba, el presidente Evo Morales ensayó a título personal que el instrumento de 1904 había “muerto”, en vista de que Chile lo había incumplido. Si se revisa la historia del Tratado, saltan a la vista varios incumplimientos y trabas al derecho de libre tránsito, entre otros, como uno de sus principales puntos.
Bastó lo anterior para desatar una lluvia de apreciaciones ciertamente livianas de parte de legisladores y gobernantes chilenos, como aquella de que “aquí lo único que está muerto son las aspiraciones de Bolivia de lograr una salida al mar” u otra que en relación con el anuncio de la visita de Evo Morales a la Corte de Justicia Internacional de La Haya, predijo que su único anfitrión sería el portero, pero que, al contrario, tuvo por escenario la presencia del presidente del organismo, acto que como se ha comentado exacerbó los quisquillosos nervios de los vecinos.
Este modo de referirse a un Primer Mandatario, sea quien fuere, pone de manifiesto un irrespeto y prepotencia que contrasta claramente con la tradicional actitud respetuosa de los interlocutores nacionales, rosario de invectivas remontado a los tiempos del embajador Abraham Koning, agente compulsivo para la firma del Tratado de 1904, cuando conminando al Gobierno boliviano le advertía que el estado de guerra sólo estaba suspendido por una simple tregua y que si no se apresuraba la cesión de todo el litoral boliviano, las acciones bélicas se reiniciarían en cualquier momento.
Como acto inaugural de la nueva gestión presidencial, un Ministro dijo entonces que las Fuerzas Armadas chilenas harían respetar el Tratado de 1904 en cualquier momento, sin dejar de aludir a la archiconocida superioridad bélica de su país.
En la República trasandina existe un sector tradicionalista fuertemente intransigente, vinculado a un ego patriotero que no le permite ver lo que su país ganaría a nivel internacional mediante un gesto justiciero con Bolivia, que vaya más allá del puro mejoramiento de las condiciones vigentes, posición recurrente de su discurso. Los antecedentes de esa visión son inclusive anteriores a la Guerra del Pacífico y sirvieron para precipitar el conflicto contra Bolivia y el Perú. Es justo reconocer que también siempre se escuchó voces equilibradas orientadas a reparar el tremendo daño del enclaustramiento y que hoy se expanden en Chile.
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