Tendríamos que ser demasiado insensibles para no observar el estado de la carretera a los Yungas, donde recientemente murieron 17 personas, entre niños y adolescentes, siendo continuos los embarrancamientos con pérdida de vidas humanas.
Con el respeto que merecen los gobernantes, a la Asamblea Legislativa debemos pedirle que al tomar conocimiento de esas tragedias mediante la prensa nacional, reflexione sobre esos hechos que enlutan a la familia boliviana.
Los lamentos de la ciudadanía no deberían ser relegados por la indolencia. Tenemos que despojarnos de las rivalidades, de la egolatría, y encaminarnos con la fe en Dios, para buscar nuevos y positivos rumbos para el país. Necesitamos una ruta ampliada y moderna hacia los Yungas de La Paz, para después, continuando esas obras, llegar al Departamento del Beni. Recordemos que en el pasado el terraplén de la construcción del ferrocarril La Paz-Beni ya llegaba a Coroico. Si llegaba esa ferrovía a destino, otra hubiera sido la suerte de La Paz, del Beni y de toda la República de Bolivia.
Ahora el Estado, por la necesidad de salvar vidas en la “carretera de la muerte”, tiene que emprender la gran tarea de mejorarla para que brinde seguridad. Ese camino, abierto en la década de 1930, lleno de piedras, barro y polvo, desde entonces se mantiene angosto, tanto que hay que parar para que otro vehículo pueda pasar del frente. Esto es increíble en estos tiempos, pero se debe a la indiferencia, incapacidad y desorganización imperante, porque el Estado prefiere impulsar la construcción de carreteras con Chile y Brasil, o trata de partir por la mitad el Tipnis, para una comunicación vial directa del océano Pacífico al Atlántico. Pero esos ingentes recursos para la construcción de esas vías, más bien deberían ser transferidos a la carretera a los Yungas, para que sea segura y moderna.
En cuanto a la situación de enclaustramiento que soportamos, es necesario mencionar que no hay relaciones diplomáticas con Chile, pero Bolivia sigue importando y exportando por los puertos detentados de Arica, Iquique y Antofagasta, acrecentando la potencialidad bélica de Chile, por lo que su burguesía proclama con soberbia: “Nada debemos, el mar está muerto para Bolivia”. ¿Qué ha sucedido y sucede para que surjan esas ofensas del vecino detentador de patrimonio ajeno? Lo peor es que sigue usufructuando las aguas del río Lauca y de los manantiales del Silala.
A este ominoso caso se agrega el cierre de la fábrica textil Ametex de 1.500 trabajadores. La causa es el contrabando de ropa usada que ha liquidado la industria textil boliviana, precisamente porque Chile ha creado zonas francas, causando enorme daño a la economía nacional. Por ello tenemos que salir de esa dependencia semicolonial y dejar de ser patio trasero. Por interés geopolítico deberíamos salir eventualmente por puertos peruanos.
Al hablar de prioridades, consideramos que los gobernantes al leer lo que dice la prensa nacional pueden conocer las verdaderas necesidades del país. Al respecto, en una caricatura de “Afiches”, de Lusbel, leemos el siguiente diálogo: “… Arreglando estos caminos fatalmente peligrosos, el Gobierno de Evo podría evitar tanto luto y dolor a viajeros y cocaleros de Yungas”. Otro personaje contesta: “¡Sin embargo, se empeña en ‘partir’ con una carretera el Tipnis, afectando al medio ambiente para beneficio de otros cocaleros chutos” (EL DIARIO, 16 de junio de 2012).
Estos contenidos nos impulsan a examinar nuestros actos, a salvaguardar nuestra riqueza ecológica, a velar por la seguridad ciudadana y las generaciones futuras.
Mientras tanto, ya aparecen signos de división del país y posibles enfrentamientos fratricidas. Por ello, mostremos voluntad férrea y patriótica para alcanzar días de paz, trabajo y bienestar para la familia boliviana.
Puerto de Guaqui, junio de 2012.
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