El presidente del Perú, Ollanta Umala, en acto público hace pocos días, dijo: “En mi país respetamos lo firmado”. La referencia fue clara al hecho de que el Perú, con los presidentes Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Umala, han alcanzado lo que por mucho tiempo buscaron: abandonar las posiciones intransigentes de extremismos de izquierda o derecha y encaminarse hacia un desarrollo armónico y sostenido, mediante el respeto a los compromisos nacionales y foráneos que el Perú tenía como Estado.
Respetar lo prometido, acatar la Constitución y las leyes, caminar por senderos claros de trabajo, eficacia y efectividad para los intereses del país son necesidades cumplidas; hasta el momento, el Perú, con los índices alcanzados en los dos últimos años, puede vivir tranquilo aunque sin descuidar un ápice todo lo avanzado porque en economía -de lo que depende la vida de los pueblos- no se juega ni se emprende aventuras demagógicas.
Han pasado los tiempos de las amenazas de Sendero Luminoso extremista y contrario a todos los derechos humanos y que Abimael Guzmán había practicado conjuntamente sus secuaces, sin importarle los graves daños que irrogaba a su país, el Perú, comprometiendo seriamente el futuro que hoy disfruta tanto como Estado como su gobierno como régimen que satisface a un pueblo siempre esperanzado en mejores días.
En América Latina, comparativamente con el Perú y Chile, ¿qué pasos se han dado en pos de un abandono de la pobreza? ¿Cuánto hemos subido en la escala de valores económicos y sociales? ¿Hasta qué punto podemos decir, especialmente los bolivianos, que logramos algo aunque sea lo mínimo? Nos hemos prestado dinero y lo hemos despilfarrado en lo superfluo; se ha gastado miles de millones de dólares en lo que nadie precisaba. Logramos mayores ingresos por las ventas de gas, minerales y materias primas aprovechando altos precios internacionales; pero, en cambio, ¿qué hicimos?
La comunidad internacional, especialmente la de los países del Tercer Mundo, ha sabido aprovechar la coyuntura de los altos precios en el mercado internacional; la mayoría de los países incrementó su producción con miras a conseguir mejores ingresos. Nosotros, cerramos fuentes de trabajo y producción porque el contento de “altas reservas internacionales sin trabajar ni producir” han halagado nuestra vanidad, soberbia y petulancia.
Pero, la frase “En mi país respetamos lo firmado…” no está referida sólo a las garantías otorgadas a quienes invierten, producen y trabajan; es, sin duda alguna, un mensaje en sentido de que lo primero que se debe respetar es cumplir con la Constitución y las leyes que, en cualquier parte, es base para alcanzar los demás objetivos porque sin reglas claras en el comportamiento de los gobiernos y de los pueblos, nada es posible.
¿Cuántas veces en nuestro país las posiciones más intransigentes sobre “revoluciones” que pretendían cambios, extremos populistas, nacionalismos cerrados, comportamientos morales, patrioterismos sin fundamento y otros “anhelos” por parte de regímenes dictatoriales o de aquellos, en democracia y luego de elecciones, prometieron conductas y acciones diferentes sin llegar a ningún resultado porque, en el resumen de las llamadas realizaciones se comprobó que todo fue demagogia, populismo, engaño?
¿Cuánto buscamos desde enero de 2006 sin tener metas fijas? ¿A qué extremos absurdos y fuera de lugar hemos llegado tan sólo bajo el epíteto populista de cambios que nunca se hicieron efectivos porque quienes debían cambiar conductas y asumir conciencia de país no lo hicieron? ¿Cuánto hemos buscado que “con la simple camisa y sin corbata” habremos logrado conquistar cultura y tomar razón de ser lo que debemos ser? ¿Cuánto se ha sembrado con discordia, odios y resentimientos en nombre de 500 años de “sometimientos” a las clases nativas desde la Colonia?
En la formulación, pensamiento y sentimiento de una Constitución y de las leyes provenientes de ella, ha ingresado el principio de “respetar lo firmado”; pero, ¿cuánto hemos respetado y acatado lo comprometido y firmado? ¿Hasta qué punto hemos hecho honor a lo que nos comprometía y debía hacernos instrumentos de alta moral y sentimientos éticos en pro del bien común que es el pueblo?
Han transcurrido generaciones y seguimos pospuestos, postergados por no tener voluntad para los cambios; por no querer cumplir lo prometido, por perjurar lo jurado al iniciarse un régimen. Si queremos vernos libres, como gobierno y como pueblo, como un llamado a la conciencia, hay que convenir en la necesidad de actuar honesta y responsablemente; de otro modo, nuestros males crecerán y sólo habremos alcanzado simas más profundas de las que vivimos en pobreza, atraso y subdesarrollo.
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