Es encomiable la madurez política que adquirió el conjunto nacional desde octubre de 1982, por cuanto prioriza la vida, la justicia y la libertad, en una praxis democrática que se inspira en las teorías que Pericles propaló en Atenas, antes de la era de Jesucristo.
Pero, desgraciadamente, aún no ha logrado alcanzar, en su transitar democrático, el supremo objetivo del bienestar social, elemento que genera equidad e igualdad, paz duradera y productiva, unidad e integración, potenciando a las naciones ante los retos del futuro.
Requiere, para este propósito, del concurso espiritual de los “insignes majaderos” como Bolívar, el Quijote, Jesucristo o Gandhi, quienes, dotados de generosidad y altruismo extraordinarios, con renunciamiento inclusive a la vida, cambiaron la historia no sólo de sus países de origen sino del mundo, abriendo anchos y profundos surcos de confraternidad, tolerancia, entendimiento y solidaridad, en una convivencia altamente civilizada.
Nosotros tuvimos en el Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana a un espíritu emprendedor, pero, lamentablemente, incomprendido y, por consiguiente, atacado por quienes le temían dentro y fuera de nuestras fronteras, es decir por propios y extraños. Posiblemente fue uno de los dignatarios de Estado que se preocupó, más que otros de su época, por introducir transformaciones estructurales, tendentes a potenciar a la nación boliviana, a ofrecer mejores días a los habitantes de este jirón patrio e impulsar la formación académica. Fue un genio militar que quiso reeditar, con las gloriosas banderas de la Confederación, el encuentro, la unidad y la fortaleza, de dos países hermanos, en el cono Sur. Honor y gloria a tan digno representante de las Fuerzas Armadas de la Nación.
En ese marco la población boliviana, que adquirió sabiduría y discernimiento político, hoy premia con su respaldo, moral y material, a quienes promovieron una gestión favorable a los altos intereses nacionales y del conjunto ciudadano, en particular. A los que alentaron, ciertamente, proyectos, contra viento y marea, en el entendido de que con esa actitud contribuían a la transformación, tan anhelada en todos los tiempos. Pero también da voto castigo contra los malos gobernantes que, desafortunadamente, ocupan gran parte de nuestra historia con sus acciones reñidas, en la mayoría de los casos, con la moral y la ética políticas. O con acciones mezquinas que frustraron las proyecciones de desarrollo y vulneraron, asimismo, las reivindicaciones sociales. Incurrieron inclusive en el vergonzoso entreguismo, rifando, de tal modo, la dignidad de los bolivianos. Hecho que debe avergonzar a sus protagonistas, quienes, posiblemente, no descansan en paz bajo la losa sepulcral, porque el daño que hicieron a Bolivia es irremediable e imperdonable. Esta afirmación está debidamente refrendada por la historia y, por lo tanto, creemos que no hay objeción alguna.
En suma: las lecciones que se desprenden del cotidiano quehacer político deben movernos a la reflexión para encarar la magna pero difícil empresa relativa a diseñar el futuro que viabilice la recuperación de la cultura de la vida, con empleo, justicia y libertad, como una señal de bienestar social.
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