José Toro-Alfonso - Congreso Iberoamericano de Psicología
"Ya en la escuela te dicen que el hombre no tiene que llorar y así lo aceptan unos y otros, que no debe quejarse, que es para las mujercitas y cosas por el estilo, pues que llore, que se queje, que reclame lo suyo, porque tiene el mismo derecho y debilidad que el resto".
La escuela, la iglesia y el propio estado transmiten el modelo del hombre dominante, que está a la cabeza del grupo social y cree tener el dominio del hogar y el control social. Esta expresión contundente de José Toro- Alfonso, presidente de la Sociedad Iberoamericana de Psicología, impacta en el auditorio en la jornada de este sábado y provoca una larga polémica luego de la exposición.
El tema. Muriéndose para ser hombre: La construcción social de la masculinidad fue el plato fuerte de este sábado en el IV Congreso Regional de la Sociedad Interamericana de Psicología.
Este docente de la Universidad de Puerto Rico y que permanentemente llega a Sudamérica para enseñar en la Universidad de San Marcos en Perú, engalanó la serie de disertaciones de este Congreso auspiciado por la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra.
Toro-Alfonso accedió al dialogo personal con El Diario, para llegar a los lectores con los puntos centrales de su disertación.
Usted se refiere en su disertación a una construcción social de la masculinidad, ¿a qué se refiere?
Socialmente hay un modelo de referencia de lo que debe ser el hombre. Este es un modelo hegemónico, se lo ha presentado siempre como el ser agresivo, fuerte, avasallante, sin sentimientos, hipersexual, ganador, imperativo y decidido a imponer su dominio. Bajo este paraguas de dominio, a la mujer le corresponde un grado de sumisión, estar supeditada al hombre, tanto en el ambiente del hogar como social. Pero, desde los años 70 hay un despertar de ellas, de manera que logran formas alternas y se han internado en funciones de mando.
¿Esto quiere decir que el hombre no ha cambiado ni quiere cambiar?
Los hombres no hemos cambiado, estamos estacionados en una posición diría cómoda. La mujer tiene que luchar frente a este hombre tradicional. Es en estas circunstancias que se da la violencia doméstica en el matrimonio. A pesar de que las mujeres han hecho una advertencia respecto a estos cambios, el hombre se sigue mirando el ombligo, siguen siendo el centro de nada. Y, bien sabemos, en este tren de progreso, que algunos hombres han asumidos nuevas paternidades, por ejemplo ayudan a preparar el desayuno o cambiar pañales a los niños, pero no es suficiente.
¿Existe una relación directa entre la masculinidad y el progresivo decaimiento en la salud del hombre?
Los hombres estamos más que representados en la mayoría de las enfermedades. Nos descuidamos de la salud. Creemos que ir al médico es signo de debilidad de una limitación, porque el discurso de masculinidad es proporcional a la salud, razón de más para que el hombre tenga poco cuidado de su cuerpo y hasta sienten como las enfermedades le van llegando pero no despierta. Los hombres no están acostumbrados a ir al médico. Todo lo contrario sucede con las mujeres, que asisten a diversos controles y lo hacen porque piensan en la familia, en los seres con los que tiene una relación directa.
¿Qué sucede con los niños que conviven con estos parámetros sociales?
Este es un trabajo de la educación y entonces o rechazan este modelo o simplemente lo repiten. El hecho de haber visto permanentemente esta forma de proceder los inclina a la imitación. Es que el modelo es tradicional y social. Se sigue la línea, se sigue en esa convicción de hombre fuerte e indestructible, por ello la presentación de los gráficos en la que mostré que la edad peligrosa representa la franja de los 18 a los 25 años. Cuántas vidas humanas de jóvenes se pierde en ese periodo por homicidios, accidentes automovilísticos de personas que quieren ir rápido hacia un destino desconocido, alcoholismo, dependencia de las drogas, actos innecesarios de masculinidad, cáncer y enfermedades de diversa naturaleza. Cuántos jóvenes depresivos se ve en la sociedad hoy.
¿En qué se basa para señalar que el hombre tiene menos posibilidades de vivir que la mujer?
En las estadísticas, en los cuadros que mostré, en los parámetros que a diario presentan los medios de comunicación. Voy a señalar un caso que es el tema de la longevidad. Hasta hace una década se colocó el nivel de los 75 años, pero en menos de una década el hombre se ha encargado de reducir este promedio. Algo más, el hombre envejece antes que la mujer, son más depresivos y en soledad son vulnerables, es que los hombres casados duran más, porque hay alguien quien los apoya, alguien quien les da fortaleza, es la mujer.
¿Esta no es acaso una visión europea?, porque no se puede negar que la psicología tiene un gran impulso del Viejo Continente.
Cierto, sucede como en la filosofía que hay una gran base de estudios e investigaciones que vienen de allá. Sucede algo parecido a la filosofía, pero, si Usted habría participado en el resto de presentaciones se habría dado cuenta que la psicología ha dado otros paso, que se deben mirar las realidades latinoamericanas, que tienden a fortalecer el modelo. Hay una visión cultural nueva que aporta y mucho a la psicología. Este seminario que se realiza en Bolivia tiende a consolidar esta aseveración.
Volviendo al tema del tiempo que vive el hombre ¿por qué sostiene que los solteros viven menos?
Porque no tiene quien lo cuide más. Pasado el periodo de dependencia materna, se queda solo y ya abordé el tema de la depresión, de la falta de fortaleza que, por ejemplo tiene la mujer, que sabe orientar mejor la dimensión social, la capacidad de vivir en el grupo social. Al hombre le cuesta aceptar que hay formas distintas de ser.
¿La acción de compartir tareas en el hogar no está cambiando ese modelo predominante del hombre?
Primero que no está reñido con ser hombre el asumir tareas del hogar, pero se pregunta qué tipo de tareas. Colabora asistiendo un momento en el cuidado de los niños, ayudando en la cocina, pero las tareas duras siguen siendo de la mujer, por ejemplo el fregar los piso es atributo de la mujer, es raro el hombre que toma para sí esta tarea, aunque luego dice que comparte las tareas de casa. Si es en la propia división de tareas que los padres asignan a unos ciertas labores a las otras las específicas de las mujeres, que, por supuesto no son las más fáciles. Se sigue manteniendo el cuidado de la persona, porque no se puede mantener el hecho de ser hombre, porque lo que se quiere es validar el modelo. El trabajo doméstico embrutece y por lo tanto se debe compartir. Él cree que con lo que tiene en el trabajo le basta y nunca se ha puesto a comparar con el desgaste del trabajo doméstico y por supuesto que hay que tener cero tolerancia con la violencia.
¿Y cómo se traslada este problema a la salud?
En la misma proporción, la mujer va al médico, se hace controles, se preocupa en el momento de las enfermedades. El hombre no, porque socialmente se ve disminuido. Si no va a un centro médico es porque tiene que aguantarse como varón, no acepta el ver que disminuya sus condiciones físicas, sienten una gran depresión, esto se ve con mayor claridad en los casos de los hospitales psiquiátricos, porque nos quitan nuestra masculinidad, lo que más importa es cumplir con el modelo y es que nadie quiere poner en duda su masculinidad, a nadie le interesa mostrar su flaquezas.
¿La mujer ayuda a mantener esta imagen del hombre?
Por supuesto, porque refuerza estas diferencia. Fíjese que a la hora de servir la comida a quién le dan el primer plato. No es acaso la mamá la que otorga al cabeza de familia la mejor presa del almuerzo. No privilegia al varón en cada una de estas tareas. La mujer no termina por rechazar este modelo impuesto socialmente. La sociedad, la iglesia, el estado y la mujer mantienen este modelo.
¿El papel de la escuela?
No asume el papel que debe cumplir. Allá es donde se debe establecer el cambio del modelo, pero antes tienen que cambiar los que debían ser los guías de la transformación. Ya en la escuela te dicen que el hombre no tiene que llorar y así lo aceptan unos y otros, que no debe quejarse, que es para las mujercitas y cosas por el estilo, pues que llore, que se queje, que reclame lo suyo, porque tiene el mismo derecho y debilidad que el resto. Los libros hablan de una cantidad de hechos de una sociedad que se transforma, en el que la mujer asume puestos de preponderancia y el hombre los va perdiendo.
Entonces ¿propone un proceso de cambio estructural?
Por supuesto, desde los colores. Si nace mujer es rosado y si se elige el azul es porque es más masculino, le da un tono de seriedad, quién dijo esto, porque se lo asume como tal. Las diferencias no son naturales, las hacemos nosotros, son estructurales.
¿Y la Iglesia?
Subestima a la mujer, subordina a la mujer, tiene usted que leer relatos acomodados. Recuerde que la estructuración de la iglesia como tal viene de tres o cuatro siglos después de Cristo. Una iglesia renovada tiene que estar abierta a las voces que vienen desde las bases, como ocurrió con esas monjas en Estados Unidos. Es la estructura que no funciona tampoco ahí y lo propio se puede decir del Estado.
¿Cómo se imagina el nuevo hogar en el siglo XXI
Primer con un hombre colaborador, segundo, con los hijos como el centro de atención fundamental al que concurren los dos, con una estructural tan distinta que obliga a una crianza distinta, en la que los vástagos vean que el hombre ama y respeta a su compañera y no escapa del problema en el alcohol, o el ocio, porque la sociedad nueva transformará las relaciones y tercero, una sociedad en la que las mujeres dejarán de estar subordinadas.
¿En qué queda la imagen del hombre fuerte?
En nada, porque el yoísmo del hombre no es natural, esos valores masculinos no tienen base. Toda esa estructura tradicional tiene que transformarse.
¿Entonces no hay el hombre fuerte?
Hay tantos hombres débiles como mujeres fuertes.
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