Cada siglo tiene sus pretextos, en economía cada ciclo tiene también su “idea fuerza”; primero fue el desarrollo económico, luego el desarrollo sostenible y ahora el capitalismo verde. En estos tiempos cada cumbre es la ocasión para angustiar, y culpabilizar la humanidad y sobre todo someter a las naciones menos equipadas que no logran producir un excedente suficiente para alimentar a su población.
La cumbre de Río+20 es una más, donde “entre rivales” las potencias buscaron endosar el capitalismo verde. Pero también fue el encuentro de más de 600 ONG, productos del capitalismo y que han convertido muchos rincones del planeta en sus oasis; a pesar de todo en eventos de carácter mundial justifican su existencia expresando que “sienten” por la naturaleza, el bosque y los pobres.
Los rivales por las exigencias de la racionalidad capitalista defendieron el capitalismo verde preocupados por la crisis económica y los otros “afligidos” por la salud de la naturaleza y los pobres del sur denunciaron la irracionalidad del evento con el lema de: “el mundo no es una mercancía” o que la “naturaleza no está en venta”. Y si no está en venta, el intercambio es imposible a escala planetaria, ¿entonces en qué queda el capitalismo? ¿Los países como los nuestros podremos vender algo? Se critica la “mercantilización” en nombre de los bienes comunes; cierto a primera vista parece correcto, hasta incuestionable, pero las cosas son más complicadas que eso.
¿Qué balance hacer de los 20 años del desarrollo sostenible?, ya que la degradación ecológica se acelera, las desigualdades se profundizan más; las democracias no funcionan acorde con el famoso desarrollo sostenible. Entonces, ¿qué alternativas a la economía del “vivir bien” en el capitalismo verde?
¿Por qué la economía verde está en el centro de las negociaciones? ¿Qué se oculta detrás de este nuevo concepto de economía verde? ¿El crecimiento económico? ¿La defensa de la naturaleza? ¿Qué otra cosa más? Lo cierto es que la economía verde, presentada como una salida a la crisis ecológica, en los hechos no es más que una reflexión de la producción direccionada hacia un verdeamiento del proceso de producción y de los productos. La economía verde es promovida por las instituciones internacionales como la solución a múltiples crisis actuales.
Para muchos se presenta como un enfoque nuevo de la economía, sin embargo es la nueva vestimenta de la tradición neoclásica. Los postulados del capitalismo verde se resumen: la prosecución al infinito del crecimiento económico y la lógica de la sustitución de factores. El debate ante los ojos de las sociedades que viven en una naturaleza dotada de muchos recursos, gira sobre dos grandes posiciones. Unos dicen: impidamos que los mercados financieros se amparen de la naturaleza. Otros gritan economía verde para luchar contra la crisis.
Son dos grandes pretextos con los que se piensa manejar este siglo. ¿A quién favorece? Es la relación de fuerza entre los grandes rivales de la economía mundial, que redefine e impone la racionalidad del capitalismo verde; del mismo modo imponen la manera cómo los negocios financieros deben ocuparse de la naturaleza y cómo aquellos deben hacer negocios para cuidar la naturaleza.
Algunos piensan que la economía verde puede ser más ecológica. Pero lo real de la economía capitalista exige la prosecución del crecimiento al infinito, integrando la naturaleza como un factor de producción y como un campo de inversión prioritario del capitalismo reverdecido.
Para lograr el crecimiento se debe catalizar la inversión y la innovación, éstas crearían un crecimiento durable y nuevas oportunidades económicas. La estrategia del capitalismo para este siglo gira en torno a tres puntos básicos: ampliación de la propiedad de los recursos, financiación de la naturaleza y artificializar e industrializar la naturaleza y la vida,
¿Qué queda entonces? Cuestionar el culto al crecimiento económico, concepto ligado a un mundo en decadencia y abrir pistas para otra prosperidad más justa y acorde a nuestras necesidades. El crecimiento no es la solución, es un problema. El crecimiento se ha convertido en un factor de crisis, una amenaza para el planeta y un obstáculo para el progreso. El afirmar así no es pregonar la austeridad punitiva, sino una sociedad que privilegie el “vivir mejor” sobre el “tener más”. Lo que nos queda hacer a los países dotados de recursos es aprender a jugar con los grandes.
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