Ya en alguna oportunidad lo habíamos dicho: la actividad del contrabando en Bolivia incluso depara status social. Aunque usted no lo crea, así es. Pues sucede que el contrabandista ha llegado a constituirse en nuestra sociedad como sinónimo de una persona que ha “triunfado” en la vida. Y todo gracias “al trabajo arduo y honrado -dicen- porque peor es robar”. Entonces, son vistos consecuentemente como arquetipos sacrificados e infatigables, ya sea en su condición de jefes o madres de familia que se preocupan con bastante celo del bienestar, al menos material, de los suyos.
Quién sabe si no dejan de tener razón en lo concerniente a sacrificios y fatigas, e incluso riesgos, que deben soportar y afrontar en pos de lograr su finalidad, pues su labor, nos imaginamos, los obliga a una serie de peripecias que van desde los inusuales y nada convencionales horarios de actividades, fuera de que también manifiestan que ellos se ven imposibilitados de gozar de los feriados, sábados y domingos, debiendo incluso estar siempre dispuestos a “pasar lo peor”, como lluvias, granizos, viento, frío, o calor. Todo ello, que por cierto no es fácil, alegan que lo soportan casi estoicamente, pero al final bien valdrá la pena porque las ganancias, a no dudarlo, serán por demás buenas. Aunque también es cierto que otros escaparán de ese maremagno de problemas, porque estos están catalogados dentro de la categoría de “contrabandistas de cuello blanco”, vale decir aquellos que no tienen necesidad de pasar por semejantes avatares y menos poner la cara.
Los autos “chutos” que continúan internando al país; las enormes cantidades de ropa usada denominada “americana” que son comercializadas en el extenso territorio nacional; los productos subvencionados, entre ellos los combustibles, que son sacados de Bolivia discrecionalmente, son apenas algunas de las muestras que ponen a todos contra la pared. ¿Cómo detenerlos y frenarlos? La respuesta se queda sin una respuesta contundente. Si de verdad hubiese acciones frontales contra el contrabando y los contrabandistas, opinan otros, vaya a saberse qué podría suceder. Pues se alega la falta y escasez de fuentes de trabajo, sobre todo en las regiones fronterizas, amén de otros factores, por lo que esgrimiendo como pretexto exclaman “y de qué vamos a vivir y comer”.
De ahí que, según parece, los contrabandistas continuarán nomás haciendo de las suyas, pescando en río revuelto, y haciendo de todos los meses del año su continuo “agosto”. Siendo considerados además como “ejemplo” en sus respectivos círculos sociales, puesto que lograron hacer fortuna y estabilizaron su economía familiar, muchas veces para envidia de quienes los rodean. Aunque generalmente serán bien recibidos y tratados allá donde se hagan presentes. Entonces, han logrado un status social que seguramente los acompañará por mucho tiempo, hasta que de verdad se pueda encontrar la salida y solución a tan engorroso problema, que de manera virtual tiene al país en jaque permanente.
Mientras la mayor parte de los asalariados y hasta los policías se debaten en casi paupérrimas y azarosas condiciones de vida, merced a los magros y bajísimos sueldos o salarios que perciben, y que no alcanzan siquiera para el mes completo, el país resulta ser un paraíso para quienes están sumergidos o involucrados en lo que es considerado por ellos como “inofensivo y honrado” trabajo: el contrabando. Lo cual además hasta les aparejará, reiteramos, status social, siendo que por otra parte siempre se impondrá aquello de “tanto tienes, tanto vales” o “si quieres bailar morenada, platita tienes que tener…”.
Las noticias que son leídas, escuchadas o vistas, a través de los distintos medios de comunicación, dan cuenta casi a diario sobre la magnitud del accionar de los contrabandistas. Cual verdaderas hormigas, internan o sacan por nuestras extensas fronteras, numerosas mercaderías y productos que les permiten pingües ingresos, mientras las mayorías deben debatirse en una realidad desesperante. Un poco más, y no es envidia, estos se ufanan de tener “salud, dinero y amor”. Pero a qué costo: a costillas de los demás y de una Patria desangrada. ¿Alguien podrá ponerle el cascabel al gato?
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