Policías imitan el desorden público

Los motines y movimientos internos de los organismos castrenses como la Policía Nacional, rompen la disciplina que es su base primordial de sustentación. No es esta la primera vez que contemplamos un motín policial que -como los anteriores con alguna excepción- tiene motivaciones salariales, pero nunca se llegó a los extremos demostrados. Cualquier sector social asume que como el Gobierno complace a presión las demandas de variado tipo que se le hace, basta con pedir. La Policía no podía ser menos y previo amago de sus esposas, sus niveles inferiores -sin que falten algunos oficiales de cierta graduación- se lanzaron hacia una nivelación de haberes con las Fuerzas Armadas junto a otras solicitudes. Sobran ejemplos de la actitud del Gobierno de satisfacer cuanto se le pide, pero sin detenerse a sopesar los efectos de su calculada benevolencia immediatista.

El grueso policial mal pagado, víctima de muchas carencias, inclusive de servicio, acuartelamientos en condiciones deplorables, sin las mínimas condiciones de descanso, alimentación e higiene, consideraron que la oportunidad no podía ser mejor por los latentes conflictos sociales, TIPNIS de por medio, y conscientes de su papel necesario para la sociedad y para el poder, no se conformaron con una primera oferta que no obstante haberla firmado, tardaron poco en desconocerla, ampliando su demanda a 21 puntos. El Órgano Ejecutivo no tendrá más remedio que acceder a la mayoría de los puntos y será bienvenido si lo puede hacer, pero tendrá que meditar mucho sobre la derogación de la Ley 101 de Régimen Disciplinario, pues no sería la primera vez que asigna valor circunstancial a las leyes.

Nadie duda que muchas de las demandas planteadas son justas, pero resultan empañadas por los métodos vandálicos y delictivos empleados en el saqueo y quema de las denuncias y enseres del Tribunal Disciplinario y de los archivos de Inteligencia, por supuesto por instigación de quienes tienen procesos en trámite, algo similar se reprodujo en las instalaciones del SEGIP y en un ataque al Comando Nacional y a otros edificios públicos.

Todos estos actos de aventajada imitación de bloqueadores, manifestantes y movimientos sociales que a diario controlan o reprimen, sorprenden hasta lo increíble a la población en general. A veces el contagio social es más pernicioso que la patología contagiada. Tampoco se explica cuál es la lógica adoptada para que los policías que, mal o bien, tienen autoridad, pueden recurrir a los mismos procedimientos y actitudes que los delincuentes a quienes persiguen o deben perseguir, perdiendo lo que se llama “autoridad moral”.

Estamos ante una nueva experiencia que devalúa la conciencia pública de una sociedad civilizada y de convivencia pacífica, para ser sustituida por la anomia, por el abuso y el trastrocamiento del deber y de lo correcto. Este no es un movimiento político o golpista como quiere el Gobierno, sino la consecuencia de su manejo imprevisor, ligero y efectista. Su devoción por el sistema marxista del enfrentamiento permanente de clases y sectores, esta vez le juega una de sus cartas más bravas, y suman muchas.