[Jaime Martínez]

“El futuro que queremos”


Con la redacción de un documento de 53 páginas, con este título, ha terminado la reunión “Río+20”. ¿Cuáles son las conclusiones de los expertos en medio ambiente para la salud de nuestro planeta, en el futuro próximo? Proteger los océanos, el agua potable, los bosques y la biodiversidad; conseguir una agricultura “verde”, es decir capaz de sostener la vida en condiciones normales, dentro de los marcos del desarrollo capitalista; encontrar nuevas fuentes de energía, “limpias” y sostenibles, para combatir la pobreza y el hambre.

Son enunciados nobles y generales, que por ser generales prácticamente quedan en eso: enunciados. ¿Los países industrializados cambiarán la actual forma de desarrollo que los ha llevado a esa situación? Su base es el capitalismo, que plantea un permanente crecimiento económico sostenible, sacrificando todo insumo que impida ese desarrollo, llámese persona humana o medio ambiente, pues éstos son únicamente factores prescindibles cuando el mercado así lo demanda.

¿Su concepción economicista les permitirá cambiar su idea de hombre y los inducirá al cuidado ambiental, convirtiéndose en humanistas? Sinceramente no lo creo, pues la idea calvinista de que el triunfo económico en la vida es una señal de la bendición de Dios a esa persona, está profundamente arraigada en la mente capitalista, y le hace realizar cualquier acción, por peligrosa o prohibida que sea, cuando el logro económico está en riesgo, pues su salvación, su felicidad eterna está en juego.

Entonces, casi inconscientemente, se ha de negar al cambio de actitudes temporales, que tienen repercusiones eternas. Además, normalmente el cambio de mentalidad del hombre no se produce de repente, no se cambia de concepciones vitales como se cambia de calcetines, sino que se va mostrando paulatinamente señales de evolución; y este cambio de actitudes no se ha detectado en el capitalismo contemporáneo.

Únicamente se han producido parches para calmar a algunas conciencias, y, sobre todo, para darle al obrero, al otro, la suficiente capacidad económica para que compre cuanto el mercado le ofrece, asegurando de esta manera el desarrollo económico del capitalismo.

Por otra parte, las ONGs, sostenidas por el capital industrial, no se han preocupado por señalar políticas claras y realizables para preservar los océanos, por ejemplo. No se ha estudiado los efectos que se ha producido en sus aguas al convertirlos en basurero nuclear, o los cambios producidos en los peces y plantas marinas por el vertido de basura de todo tipo, como sucede actualmente. O, si lo han hecho, esos conocimientos han quedado recluidos en oficinas bien informadas de la industria, que han buscado lugares del tercer mundo para deshacerse de su basura peligrosa, muchas veces sin que éstos lo conozcan, o disfrazados de “ayuda” a esos pueblos. Tampoco sé nada acerca de estudios para preservar el agua potable, o conseguir su producción barata con alta tecnología, como se hace desde hace años con la búsqueda de substitutos para el petróleo.

En cuanto a la lucha contra la pobreza, fuera de hacerlo para garantizar la capacidad de consumo de la población, poco se ha hecho, fuera de insistir en la fabricación de transgénicos que, se está viendo, no son lo que se pensaba, pues producen peligrosos efectos colaterales sobre la salud, tanto que muchos países desarrollados los están prohibiendo; o se insista en el control de la natalidad, que está llevando a políticas crudelísimas e inhumanas, como las denunciadas recientemente con una mujer china, que cometió el delito de embarazarse por segunda vez, y las autoridades la obligaron a abortar cuando estaba en el séptimo mes de gestación, con alto riesgo para su vida, pero la ley se cumple, y abortó nomás.

No contentos con esto, para público escarmiento de posibles infractoras, pusieron el feto muerto al lado de la mujer, para que lo viera por horas y horas, en una terrible tortura psicológica, que si bien conmueve a algunos hombres, sólo una mujer y madre la puede entender en su real dimensión.

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