[Armando Mariaca]

Descuidos agravan división y conflictos


En más de seis años se han intentado cambios que nunca se produjeron; cambios que, se pretendía, variarían las estructuras políticas, sociales y económicas del país que han dejado de ser “ideales iniciales del Gobierno” porque se descuidó todo. La euforia revolucionaria y el hecho de haber conquistado el poder las clases nativas, indígenas, autóctonas o como se llame a las nuevas estructuras que hoy dominan, han cegado a quienes estaban destinados a iniciar los cambios.

En el sexenio transcurrido, el descuido en todo lo propuesto ha sido fatal y las consecuencias se las sufre hoy. La primera víctima -cuyos resultados parece que aún no los sufre- es el propio régimen que se ve enfrentado a situaciones insospechadas, muy lejos de todos sus cálculos y echa por tierra la convicción de un “apoyo masivo e indestructible” de toda la “masa nacional” como creía el partido imperante como es el MAS.

La tenencia del poder, y mucho más de un poder absoluto, no es ni puede ser garantía de impunidad e inmunidad; menos puede implicar la suma de poderes totalitarios porque el hombre, por su condición humana, está supeditado a situaciones, condiciones y posiciones que son definitivas en el devenir de la historia de su propio pueblo. Los apoyos, como las obras que no tienen sustento profundo y honesto, se vuelven circunstanciales, débiles y sujetos a cualquier accidente, por pequeño que sea, para que se debilite más y periclite de una u otra forma.

Las elecciones del año 2005 le dieron el poder legal al presidente de la República, don Evo Morales y a su partido, con un porcentaje superior al 50% del Padrón Electoral requerido constitucionalmente; ese corolario le dio la condición de ser un gobierno, legal, legítimo y constitucionalmente apto para administrar el país; pero, parecería que esos mismos resultados dieron lugar a una especie de acicate para creer que la mayoría conseguida implicaba que también los yerros y faltas cometidas en el ejercicio del poder tendrían paliativos o justificativos. La verdad es que todo resultó contrario a los cálculos iniciales y “el mar se revolvió por dentro cuando se esperaba sólo olas de tranquilidad como en la superficie”.

Los descuidos han sido fatales y sus consecuencias caen sobre la vida de todos los bolivianos porque lo malo hecho nadie corrige, las promesas formuladas y juradas originalmente han caído estrepitosamente por la pendiente de los fracasos; los intentos para los cambios no fueron posibles porque sus posibles autores, por complejos, descuido y falsas seguridades, no quisieron cambiar. El panorama político, social y económico se complicó y las sendas de seguridad con que se creyó que se contaba, van desapareciendo porque la vida de todo proceso que son los pueblos, ha disminuido su vigor, su consistencia y sus esperanzas.

Hasta en las concepciones más simples, se conviene en que administrar un país implica cuidar que la eficacia y la eficiencia sean acompañantes forzosas de la responsabilidad y, con ésta, las virtudes de honestidad, conciencia de bien común y vocación de servicio porque el Estado o nación es un pueblo que debe ser servido por ser el alma y la vida del país. Todo esto implica que la unidad debe ser también factor fundamental de entendimiento y comprensión de los problemas o dificultades que puedan haber en ese pueblo. La atención de los conflictos o problemas es razón de ser de un gobierno o de un régimen que pretende cumplir determinados programas o fines fijados anteladamente. El descuido o dejadez no puede ser parte del diario ser y existir concomitantes con principios de equidad, ecuanimidad que en los hechos se convierten en justicia que es una de las virtudes cardinales y que consiste en dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece o, mejor, conjunto de todas las virtudes o, más concretamente, de lo que debe hacerse en justicia.

Descuidar lo que en derecho y razón le corresponde al pueblo, contradice y traiciona los principios de responsabilidad y da lugar a la presencia de problemas y dificultades que se hacen conflictos hasta llegar a la división y enfrentamientos que empeoran las razones o sinrazones de todo lo ocurrido.

Es, pues, grave la responsabilidad que la autoridad investida de poder debe afrontar; no hacerlo es debilidad y desconocimiento de la autoridad emanada del pueblo que confió su vida y sus derechos a ese poder que, en todo caso, en un régimen constitucional, está distribuido equitativamente en tres: Legislativo, Judicial y Ejecutivo; los tres en cualquier circunstancia tienen que sujetarse al principio de su razón de ser: la libertad; es decir, libertad para obrar bajo normas de independencia y conducta cristalina apropiada para el servicio, para cumplir con los dictados de la propia conciencia.

Hoy, como muchas veces en el pasado, nuestro país está frente a conflictos cuya solución es cada vez más difícil porque se descuidaron todos los pasos que debieron darse. Es necesario, por todo ello, que las autoridades tomen conciencia de la enorme encomienda que han recibido para administrar el país bajo condiciones de reconocer las libertades de ese pueblo que, con derecho y razón, respetará el buen comportamiento de los gobernantes, siempre y cuando éstos cumplan con los mandatos de justicia que en razón reclama el pueblo.

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