[Eric Cárdenas]

Donde hay poder, hay resistencia


El Estado para cumplir su finalidad, que es la consecución del “bien común”, realiza una serie de funciones, que se sintetizan en el “ejercicio del poder”, en tanto y en cuanto el Estado es una unidad de voluntad que se plasma en actividades de diverso orden, de donde se infiere que la principal función del Estado es ejercer el poder, por supuesto que poder político.

Para ejercer el poder, el Estado cuenta con una serie de mecanismos u órganos de poder político, pues al decir de los estudiosos del tema, en toda existencia natural donde alguien manda y otros obedecen, aun ejerciendo la violencia -como en el caso de los animales- aparece el poder. Este poder se realiza a través de los actos de gobierno o la función de gobernar, la que consiste en dictar normas de convivencia social y hacerlas cumplir.

Para el cumplimiento de las decisiones del poder político, el Estado cuenta con todo un mecanismo de ejecución, como es el aparato administrativo del Estado y en especial los organismos que por disposición de la ley ejercen la violencia legal -violencia que en unos casos es de coercibilidad, es decir de la posibilidad del uso de la fuerza, y en otros la coacción, el uso mismo de la fuerza-, que son precisamente las Fuerzas Armadas, la Policía, el Órgano Judicial, el Ministerio Público y algunas otras.

El poder antiguamente estaba en manos del monarca absoluto, del príncipe o rey, que concentraba en su persona el poder del Estado, pero ya en la antigua Grecia, en especial en Atenas, se inventó y practicó la democracia directa, es decir que el pueblo reunido en la plaza pública, deliberaba y decidía sobre los asuntos del Estado. En Roma, en la etapa de la República, también se practicó la democracia, pues los representantes del pueblo en la “comitia” (asamblea) nombraban a los dos cónsules. Durante el Imperio de los césares, siguió funcionando el senado romano, que en alguna medida fiscalizaba el ejercicio del poder.

Con el advenimiento de la Edad Media, se perdió la representatividad del pueblo en el poder, hasta que los ingleses, luego de su revolución de 1688, impusieron al rey su sometimiento a la ley y el parlamento; luego con las revoluciones norteamericana y francesa, las ideas del liberalismo democrático se pusieron de moda hasta este tiempo. En este sistema, además de la soberanía popular que elige a sus gobernantes, aparece la división de los poderes del Estado, el respeto a los derechos individuales y la propiedad.

La presencia del pueblo en el órgano o poder legislativo, asamblea o parlamento, a través de sus representantes, es el avance más importante del sistema de la democracia de libertades, pues es el pueblo el que hace las leyes y fiscaliza los actos del ejecutivo e incluso puede quitar el poder a quienes sean censurados, como sucede en el sistema de gobierno parlamentarista.

Es que la lucha de los pueblos durante siglos ha sido por limitar el poder y conseguir el respeto de éste a los derechos del individuo, derechos que al decir de los filósofos políticos de la ilustración, devienen de los derechos naturales, como la libertad, igualdad ante la ley y propiedad, además de los derechos que ahora en el mundo -salvo algunas excepciones de países con regímenes autoritarios- están en plena vigencia.

Sin embargo de las conquistas conseguidas, en buena parte del mundo, en especial en los países de escaso desarrollo, el régimen de libertades y derechos es todavía objeto de luchas por su conquista, aun a costa de miles de muertos, como en algunos países del norte de África y Medio Oriente, y los autoritarismos “disimulados” de algunos países latinoamericanos, donde a título de gobierno de los pobres, se somete a las sociedades al capricho de comandantes, caudillos y dictadorzuelos que creen estar por encima de la ley y en consecuencia del “estado de derecho”, base fundamental del sistema democrático, donde gobernantes y gobernados están sujetos al cumplimiento estricto de las leyes.

El ejercicio del poder político trae como consecuencia lógica y dialéctica, la resistencia al mismo, como sentenció Michel Foucauld, pues el derecho al libre pensamiento hace que parte de la sociedad no esté de acuerdo con las políticas del poder, y en consecuencia tiene el “derecho” a resistirlas, por supuesto que por la vía democrática, y por eso existe la oposición política que representa a los disconformes; sin ésta no hay democracia.

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