El primer golpe de estado según S.E. se produjo en septiembre del 2008 en Santa Cruz y nadie lo vio como tal. Una turba indignada ocupó algunas oficinas estatales causando desmanes injustificados, pero sin el menor atisbo de pretender tumbar al gobierno. Eso fue todo. El segundo golpe sería, seguramente, el de los policías, amotinamiento conjurado esta semana, consecuencia de una protesta netamente salarial y reivindicatoria. La dejadez y soberbia del gobierno hizo que una demanda justa se convirtiera en un problema que pudo transformarse en algo peor.
Lo que sucede con S.E. es que quiere aparecer como un gobierno acosado por la derecha criolla y por un imperialismo nebuloso, tétrico y escondido. Quiere convencer que estoicamente está resistiendo la arremetida de golpistas que desean derrocar “al indio”, según sus propias palabras. Dicen también que los tres ejecutados en el hotel Las Américas tenían como objetivo matar a S.E. y partir en dos a Bolivia, como al TIPNIS.
En cuanto evento internacional o regional existe, S.E. se refiere al golpe de septiembre del 2008 porque no quiere quedarse atrás de Venezuela, Honduras y Ecuador, donde sí hubo golpes de estado en los dos primeros y en el caso ecuatoriano el presidente Correa estuvo retenido en manos de los alzados. Da la impresión que en el fondo S.E. quisiera alguna revuelta golpista fracasada para mostrarse heroicamente ante el mundo, y sobre todo para recibir apoyos de Chávez, Fidel, Raúl, Ortega, Correa, y naturalmente de Ahmadineyad.
La que más se ha creído esto de la conjura golpista o por lo menos la más afectada ha sido la Ministra de Comunicación, quien, compungida, expresó que los policías estaban sometiendo a S.E. a una “tortura sicológica”, al extremo que le estaban quitando la posibilidad de, en el futuro, ser feliz. Esto enternece pero se pasa de gracioso. Por supuesto que con ese candor también justifica aquella barbaridad que expresó S.E. en sentido de que el gobierno sabía de un proceso sedicioso en marcha porque tenía “las grabaciones del golpe”. ¿Cómo se puede grabar a la gente – políticos o no – sin una orden judicial y decirlo tan alegremente? Naturalmente, que, además, no había que perder la oportunidad de involucrar a la embajada norteamericana en este sainete donde el único ausente fue justamente S.E. que no apareció para nada.
S.E. manifiesta, cada vez, que quieren colgarlo como a Villarroel. Dice que hay personas que alientan su linchamiento y que él sabe quiénes son. Afirma, al mismo tiempo, que eso no le asusta y que defenderá con su vida el Palacio porque el pueblo lo ha puesto ahí. Aquí S.E. entra en una contradicción que está a la vista. Nadie lo va a poder colgar como a Villarroel por una razón elemental: porque para que eso suceda (Dios no lo quiera) S.E. tendría que estar dentro del Palacio. Hay que estar en el Palacio Quemado enfrentando a los insurgentes para correr la suerte fatal del llamado “Presidente mártir” y quedan muchas dudas de que S.E. sea encontrado ni cerca de la plaza Murillo siquiera, si se armara una trifulca en serio y no las marchas de desposeídos y hambrientos que ni pueden acercarse a las puertas de la Casa de Gobierno.
No ha habido un segundo golpe, Excelencia, como usted va a decir en la primera oportunidad que se le presente. Mal pudo haber un segundo golpe, si tampoco hubo el primero, ese “cívico-prefectural” que tantos réditos políticos le ha dado. S.E. tiene que saber que en cosas de golpes de estado los bolivianos mayorcitos nos las olemos todas. En Bolivia se sabe lo que es un cuartelazo en serio o una asonada popular. Eso huele a pólvora y ensordece. Aunque, en cuanto a asonadas belicosas S.E. y el MAS son duchos, luego de haberse cargado a dos gobiernos constitucionales para abrirse camino al poder.
Que S.E. se cuide de no humillar a los indígenas marchistas del TIPNIS ahora que los “movimientos sociales” quieren provocarlos; que tenga más cuidado en su trato con los policías porque ya le han faltado el respeto y han pedido su renuncia con gritos soeces; que no acose a jefes militares aunque estén en situación de retiro (caso del general Alvin Anaya) para no pisarles los callos a oficiales que están para pocas mirando con ira cómo sus comandantes se abrazan y se cuadran emocionados ante la wiphala, símbolo del MAS.
Si además se sentara en “la silla del águila” para gobernar, para administrar (¿cuántas veces lo hemos sugerido?), entonces podrá borrar de su mente el delirio del golpe. S.E. tiene que entender, después de más de seis años en el poder, que gobernar es trabajar. Pero no el trabajo como él entiende, ése de 14 o 18 horas que nos cuenta. No es cosa de levantarse a las 4 de la mañana como para cuidar ovejas, hacer reuniones a las 5 y montarse en su helicóptero a las 8. A esas horas no trabaja la administración pública, está paralizado el Estado. El buen gobierno se hace utilizando la cabeza, pero también adormeciendo las posaderas. No adormeciéndolas en inauguraciones u homenajes, sino en ese sillón tan disputado que está en el Palacio y que S.E. quiere retener a toda costa pero, hasta ahora, sin utilizarlo.
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