Economía de palabras
Recién salido del lugar donde se metió, temeroso, durante los días de la rebelión policial, el presidente Evo Morales contó la historia de las cosas que él supuso que sucedieron cuando estaba oculto.
Hacen mal sus ayudantes en no contarle lo que pasó cuando él estaba en el refugio.
Ante esa falta de buena información, el presidente ha optado por imaginar cosas que, según sus sueños, habrían ocurrido cuando los policías estaban amotinados y los indígenas del TIPNIS se aproximaban a La Paz. Sus pesadillas favoritas son los golpes.
Para algo tendrían que servir los ayudantes que tiene en superficie cuando él se mete debajo de la cama.
Aquí va un relato que le podría servir para corregir las versiones que ha lanzado.
Cuando S.E. estaba sumergido en sus miedos, como siempre ha hecho cuando las papas queman, los policías amotinados tuvieron la plaza Murillo a su disposición, pero se vio que no tenían ninguna intención política.
No solamente abandonaron la plaza después de escarmentar a algunos masistas que quisieron agredirlos, sino que aceptaron negociar un miserable aumento salarial con un gobierno que habla de millones, sin aclarar que son millones de deudas.
Los marchistas, a su vez, esperaron a pocos kilómetros de La Paz a que el gobierno (lo que quedaba de él) resuelva el problema de la policía, antes de ingresar a la ciudad desguarnecida.
Si ingresaban en esas circunstancias se hubiera producido una poblada y los paceños hubieran hecho tronar el escarmiento. Tienen muchas ganas de hacerlo.
Policías y marchistas le perdonaron la vida. Que él aparezca ahora, con ademanes de provocador, y quiera contar lo que pasó a la intemperie cuando él permanecía en su refugio, es pura fantasía. Se podría decir que es deshonesto, pero él no lo entendería.
Lo que tendría que hacer ahora es pedirle a su amigo Hugo Chávez que aclare -si pudiera- la acusación que le hizo en enero de 2008, cuando lo delató de mandarle todas las semanas “pasta de coca” del Chapare. Esta denuncia podría causarle problemas en el futuro, como los que tiene ahora la señora Bejarano.
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