David García Martín
En la Unión Europea (UE) se tira un promedio de 179 kilos de residuos alimentarios al año por persona. Lo que viene a ser unos 89 millones de toneladas. Una cifra que aumenta cada año. A pesar de ello, el viejo continente tiene bajo el umbral de la pobreza a 79 millones de ciudadanos. Sólo en una sociedad hiperconsumista y poco concienciada es posible que se pueda conjugar estas dos realidades opuestas.
El mundo está embarcado en un modelo que tiene al crecimiento basado en el consumo como piedra angular. Pero las reglas por las que se guía la naturaleza, al margen de las que desarrollan algunos “gurús económicos”, establecen que los recursos son finitos y que, a este ritmo, la Tierra tendría que subcontratar a otros cuantos planetas para abastecer la demanda de las sociedades del Siglo XXI.
Ante esta carrera suicida, surgen algunas apuestas por parte de grupos o comunidades que se niegan a colaborar en el desastre. Comida basura o Reparado mejor que nuevo son algunos de los ejemplos. Esta última es una iniciativa que apuesta por arreglar los electrodomésticos, entre otras cosas, y no dejarlos arriados en la basura con el primer síntoma de deterioro. Actitud muy común fomentada por las políticas de obsolescencia programada, que tienen las empresas para mantener a los clientes enchufados a la tarjeta de crédito. Estas propuestas loables, surgidas desde la sociedad civil, aún no tienen la fuerza suficiente como para cambiar el rumbo de este modelo de consumo agresivo.
No es de extrañar. Las dificultades que encuentran los ciudadanos para mantenerse al margen de la ola consumista son muy grandes. Para ello habría que vivir en una burbuja, o irse al campo, donde no llegan los tentáculos de la modernidad. Difícil tarea y demasiadas renuncias. Tampoco se trata de vivir la vida como un anacoreta, ni renunciar a los logros técnicos y de bienestar que el ser humano ha alcanzado. Una de las posibilidades sería la de comprar de una manera responsable, educar y concienciar desde las instituciones, y desde los propios entornos familiares, y quizá, por qué no, evitar compras innecesarias y compulsivas… Una utopía, si se tiene en cuenta que el enemigo está en el propio hogar. Como dice el periodista gráfico El Roto en una de sus viñetas: “La televisión es un negocio de narcóticos”.
La publicidad que lanzan a través de las pantallas -incluida la red, donde las corporaciones tienen puesto el ojo y es el único medio de comunicación donde crece la inversión publicitaria- es de tal magnitud, que no sólo crea “pequeñas necesidades”, sino que impone además modelos de vida que condicionan a los ciudadanos en sus comportamientos y en sus decisiones. Se alcanza el punto de que no seguir las líneas marcadas por las grandes corporaciones, a través de los mensajes publicitarios, pueden convertir a los consumidores díscolos en parias o bichos raros.
Es todo de una gran contradicción. Por un lado, los gobiernos y las empresas temen la caída del consumo porque es una de las pocas formas de generar crecimiento, ahora que las economías están tiritando. Pero por otro lado, si occidente y los países emergentes siguen depredando el planeta a este ritmo, es muy probable que de aquí a unos años se agoten los recursos.
Hace 25 años, el planeta sobrepasó el umbral crítico en el que la demanda de recursos era mayor que la capacidad que el planeta Tierra tenía para regenerarse, como señala New Economics Foundation en un informe. Si todo el planeta consumiera al ritmo de los españoles harían falta tres planetas para satisfacer sus necesidades, y cinco si lo hicieran al ritmo de los estadounidenses, sostiene el think tank.
En España, el gobierno dice que “los españoles hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, aunque sería más acertado decir que “hemos vivido por encima de nuestras necesidades”. Familias con dos casas, una televisión por habitación, varios coches…. A pesar de ello, el modelo económico sigue orientado hacia un consumo depredador, en vez de girar hacia un modelo de consumo sostenible.
El autor es periodista.
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