[Manfredo Kempff]

Todo se lo quieren comer


He pensado que sería una frivolidad escribir sobre los restaurantes de Buenos Aires, sus carnes, pastas, pescados y sus sabrosos caldos mendocinos. Es frívolo hablar sobre las librerías bonaerenses, sus teatros, sus cines, sus hoteles, su gente amable, si en Bolivia no se detiene la gula oficialista, que, cual sicurí hambrienta, desea engullírselo todo, a riesgo de que en su pesado sopor, en su digestión agitada, pueda entregarse al sueño satisfecho y morir. O puede ahogarse si continúa la represión “colonial” contra los indígenas del TIPNIS a quienes ya no apalea en Chaparina, lejos de la vista de los ciudadanos, sino que los quieren doblegar por hambre y frío en la propia sede de Gobierno.

Los periódicos argentinos no se ocupan mucho de Bolivia, ciertamente. Hojear La Nación o Clarín no informa más de lo que el ciudadano medio de este país tiene interés en conocer de la política boliviana, es decir casi nada. Otras son sus prioridades ahora que ni siquiera el gas nacional les resulta algo de vida o muerte. S.E. es muy conocido en la calle – taxistas, vendedores, dependientes – como un indio audaz, que a menudo se va de lengua, y que se llevó por delante a unos oligarcas explotadores. Medias verdades y muchas mentiras se saben de S.E. en esta hermosa y ahora helada ciudad.

Lo que martiriza al viajero que sale por algunos días del país es, sin duda, el Internet. Se debe aconsejar a los que viajen y no quieran amargarse que dejen sus computadoras en casita y que no acudan a los puntos de Internet porque, de lo contrario, será como no moverse de Bolivia. Es una de las complicaciones de la tecnología moderna. Seguirán viviendo las noticias cotidianas de las trampas masistas para embaucar y amedrentar a los indígenas del TIPNIS, las presiones para quitarles el resuello a los acusados de separatismo y terrorismo mediante juicios acomodados, las jeremiadas para acallar con pigricias a los policías, o el cínico argumento para el asalto final a la Gobernación cruceña, su más apetitoso bocado por ser el más codiciado del banquete.

Ya está de buen tamaño la guerra sorda contra el gobernador Rubén Costas. Esto no puede seguir así, con un acoso permanente a la población cruceña digitada desde arriba, donde, de manera cínica, el gobierno se lava las manos y dice que todo está en la balanza de la justicia, donde ellos, respetando fielmente la división de poderes, no tienen nada qué ver. Como si los bolivianos no supiéramos que la justicia depende de las decisiones que se toman dentro del Palacio Quemado. Todo personaje que se enfrenta al oficialismo, toda persona incómoda al poder, cae en manos de fiscales aleccionados de antemano y agradecidos por el cargo, que les sientan la mano a los rebeldes, desvirtuando hasta la misma democracia que ya no es sino una fachada para mostrar al exterior.

Resulta que nuestro Gobernador tiene más de 20 procesos en su contra – como tenía también Ernesto Suárez en el Beni – mientras que los gobernadores masistas pueden hacer lo que les venga en gana y la justicia es sorda y ciega. Que la principal acusación contra Costas sea por malversación de fondos debido a que gastó recursos destinados a la organización del Referéndum Autómico, es un supremo disparate. Como ha afirmado un conocido comunicador de radio y televisión, medio millón de cruceños deberíamos ir a la cárcel porque somos corresponsables de haber respaldado plenamente la lucha por las autonomías.

Pero el problema estriba en que los cruceños no nos estamos dando cuenta de hasta dónde puede llegar el largo brazo del MAS. O no queremos verlo. O mucho peor todavía, si escuchamos las amargas palabras de nuestro máximo dirigente cívico, Herland Vaca Díez Busch, que los nacidos en estas tierras, otrora orgullosos retadores de los gobiernos de turno en defensa de nuestros derechos, hemos perdido la voluntad de defendernos. Esto último, lamentablemente, parece ser el argumento más serio que se debe tomar en cuenta.

Han desaparecido los respondones al poder, se los ha tragado la tierra, y asoman por doquier los colaboracionistas que se dicen cruceños sin serlo y que hablan en nombre de Santa Cruz cuando, en el fondo, están de acuerdo y alientan las tácticas pérfidas que se elucubran en la plaza Murillo y sus entornos. Los colaboracionistas, antes actuando a hurtadillas, solapadamente, hoy se campean soberbios pavoneándose por todos lados, adoctrinando a incautos o comprándolos por centavos aprovechando de la miseria reinante. Pero, además, los colaboracionistas están destruyendo metódicamente la institucionalidad cruceña, como si jugaran una decisiva partida de ajedrez, desplazando sus fichas con oportunidad, después de meditar cada movimiento.

El gobernador Costas ha afirmado que no le teme a las demandas judiciales que se le han entablado. Sabemos que no tendría por qué temerles, desde luego. Mas el problema no es si tiene culpas o no, sino que estará sentenciado de antemano, peor aún si el gobierno ya es consciente y disfruta de la actual pasividad del pueblo cruceño.

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