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La crisis desatada por la destitución de Fernando Lugo en Paraguay me llevó a hojear una obra de dos periodistas, Walter Sotomayor (boliviano, de Cochabamba) y Alberto Carbone, ambos vinculados en Brasilia por el área internacional. “Stroessner, anatomía de una dictadura” (Paralelo 15, 2003) es un relato didáctico de la historia paraguaya contemporánea y un manual para conocer con rapidez, claridad y precisión detalles importantes que culminaron en la caída de Alfredo Stroessner, el último dictador de la vieja estirpe sudamericana depuesto en 1989 por un golpe militar.
Tras leer la obra se puede concluir que de los tres socios de Paraguay en MERCOSUR, Brasil es el que tiene la mayor apuesta y los mayores riesgos con la situación surgida con la destitución de Lugo.
Dos premisas dominan el escenario diplomático de guerra fría sudamericana que se vive en los últimos años. La primera es que Lugo no volverá. En un destello de realismo, él mismo dijo que eso sería “un milagro”. La segunda es que el sucesor de Lugo, en las elecciones del 13 de abril, estará lejos de lo que el presidente destituido representa y de lo que algunos de sus vecinos querrían para reacomodarse con cierto confort.
La obra de Sotomayor y Carbone retrata la influencia argentina, que tuvo características decisivas sobre su vecino en las primeras décadas del siglo pasado. Esa influencia alcanzó el zénit con Juan Domingo Perón, hecho general paraguayo al plasmarse la Unión Paraguayo-Argentina. Corría el año 1954 y en el escenario paraguayo irrumpió Stroessner quien, a la cabeza de un movimiento militar, derribó al gobierno de entonces; el movimiento convocó a elecciones que Stroessner ganó con facilidad para luego regir Paraguay con mano implacable en los siguientes 35 años.
A lo largo de capítulos breves y ágiles, los dos periodistas marcan en el ascenso de Stroessner la declinación de la influencia argentina y el asentamiento de la de Brasil, todo en el rastro de una corrupción de escala mayor y un trato cruel a sus opositores.
Tiempo después vendría Itaipú, un proyecto que, destacan los autores, Argentina intentó bloquear a toda costa y que desde su inauguración hace 25 años es el ariete de las relaciones brasileño-paraguayas.
La relación de los dos vecinos fue sólida. MERCOSUR la afianzó aún más. Y Stroessner, un ejemplo inaudito de la reelección ilimitada (fue electo siete veces continuas) encontró en Brasilia el asilo que le negaron otros países cuando fue depuesto en 1989 y donde fue enterrado al morir, en 2006, a los 93 años.
A lo largo del Siglo XX las heridas del siglo antepasado parecieron restañar. Pero en estos días, el fantasma de la Triple Alianza que arrasó Paraguay geográfica y demográficamente otra vez se ha levantado. La suspensión de Paraguay y el ingreso polémico de Venezuela que ordenaron los presidentes activos de MERCOSUR, ha traído a la memoria paraguaya sucesos que América del Sur quisiera olvidar. Paraguay grita que al haber sido suspendido por Brasil, Argentina y Uruguay, se ha restablecido, al menos verbalmente, la Triple Alianza que arrasó a nuestro vecino, ahora repotenciada y aplaudida por algunos de sus vecinos. Nada peor que reabrir las heridas del pasado para un continente que desde hace décadas busca su integración económica mientras jura una sólida hermandad. La racha de expulsiones de embajadores en curso días desmiente ese juramento y muestra un ambiente diplomático más cerca de un gallinero alborotado que de una academia de relaciones exteriores.
El autor es periodista.
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