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Me encontraba muy triste acariciando mi tea de Murillo que no podré encender este 15 de julio, tal cual lo hice durante varias décadas para luego irme a bailar con cholitas en las verbenas que se realizaban en los principales mercados de mi ciudad, al calor contagioso de unos ponches y sucumbés.
Con el ánimo de consolarme se acercó mi pariente espiritual para decirme cantando “estás triste, negro, dime pues por qué, estando a tu lado tu negra adorada...” y dándose cuenta de que la letra de la tonada popular me pareció irrespetuosa, cambió de tono diciéndome: “perdón, compadre, que le hubiera tuteado, pero sólo quise saber la causa de su tristeza agarrado a su tea apagada”.
En vez de contestarle que la tea que me legó Murillo nadie la podrá apagar, preferí contarle que en días pasados uniéndome solidariamente a los marchistas del TIPNIS quise ingresar a la Plaza Murillo y que los bravos benianos y yo fuimos repelidos con gases lacrimógenos y potentes chorros de agua fría porque está prohibido por el Gobierno ingresar a la Plaza Murillo, porque desde hace un tiempo la plaza se llama la Plaza Morales.
Yo sabía que mis palabras encenderían el espíritu rebelde de la cholita cochabambina, y así fue porque con voz vibrante me dijo: “¡no se deje vencer, compadre y sigamos luchando porque la Plaza Murillo no será llamada Plaza Morales y tendrá que ser reabierta la próxima semana para que todos los paceños y los cochabambinos que vivimos en esta gran ciudad podamos desfilar ante el monumento a Pedro Domingo Murillo y depositar nuestro fervor convertido en ofrendas florales, como lo hicimos siempre y lo seguiremos haciendo. Y si la Plaza Murillo continuara cerrada, nos iremos a Cochabamba!”.
Yo creí que mi comadre Macacha hablada en broma, o se trataba solamente de una sugestión, pero a los pocos minutos partíamos raudamente hacia la capital del valle, donde ayer sábado se realizaría una Sesión de Honor en homenaje a la Revolución paceña del 16 de Julio de 1809 y de su genial conductor don Pedro Domingo Murillo, en los comedores del mundialmente famoso “Bar Comercio”, más conocido por los cochalas como el Barco.
Estaban todos los pensadores y filósofos cochabambinos, dirigidos por mi amigo el filósofo greco-cochabambino Aristóteles Giorgiadis Quiroga y otros estudiosos del valle.
Escuché hermosos discursos en homenaje a la ciudad de La Paz y a la importancia de la gesta paceña, señalando un preclaro orador tarateño de apellido Barrientos que si la Plaza Murillo continuara cerrada impidiendo el homenaje de los bolivianos a don Pedro Domingo Murillo, los cochabambinos residentes en La Paz abrirían la plaza y colocarían banderitas blancas y letreros que dijeran “Chicha buena” en todas las puertas del Palacio de Gobierno, del Palacio Legislativo y de la Vicepresidencia de la República, porque muchos de sus ocupantes están allí de pura chicha, que también significa casualidad.
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