Desde EL FARO
Gracias a los caprichos de la geografía, las y los cochalas podemos ufanarnos de radicar en el mismísimo corazón sudamericano. Pese a ello, desde la inauguración del septenio evista, el Chapare cochabambino disputa a la capital valluna tal centralidad al ser ineludible referente para entender la dinámica económica y política del país. Razones sobran para considerarlo el hoyo del queque, aunque para otros se trataría más bien de un agujero negro, cuyo rol y contribución al denominado “proceso de cambio” despierta más preguntas que respuestas.
El XI Congreso Ordinario de la Coordinadora de las Seis Federaciones del Trópico de Cochabamba ha ratificado al presidente Morales como máximo dirigente de los cocaleros, habiéndoles exhortado a “respetar el cato de coca” (¿familiar o individual?) y no dar motivos para ser acusados de “narcos”. No es casual que el Chapare haya sido y siga siendo el refugio preferido de su excelencia; allí acude para reparar el cansancio que le produce su frenética agenda de viajes o para eludir el cada vez más estridente asedio a la plaza Murillo, sede ocasional de sus funciones.
No sorprende que los cocaleros sean hoy la audiencia selecta para pronunciar los más fogosos discursos anticapitalistas, paradójicamente ello sucede en la plaza más liberal y articulada al mercado capitalista legal e ilegal de la economía de la coca. Estos congresos son el escenario ideal para ensayar las piezas de oratoria más jacobinas, aliñadas con el infaltable guión antigolpista. En ese clima las medias verdades se convierten en verdades irrefutables. Ocurrió cuando el Vicepresidente convocaba a la defensa del proceso de cambio ante los ataques de la derecha que “ahora mira con odio y rabia” a niños, madres y abuelos cuando cobran los bonos Juancito Pinto, Juana Azurduy de Padilla y la Renta Dignidad, “porque quieren que ese dinero esté en su poder”. Pero, ¿acaso los bonos no tienen su origen en iniciativas de gobiernos “neoliberales”?
Las bases cocaleras presumen de fortaleza política y corporativa. No sólo desde que le doblaran el brazo a Su Excelencia en ocasión del gasolinazo, sino al haberse constituido en uno de los sectores más favorecidos por la controvertida “nacionalización” de los autos “chutos”. Sorprendió que al lanzarse la campaña de venta de bonos del Estado, hayan sido localidades del Chapare plazas demandantes de los mismos, ello ha motivado temerarias especulaciones en torno a la facilitación de mecanismos de lavado de dineros de dudoso origen.
No es poca cosa que el Presidente haya preferido poner en duda la consistencia de sus convicciones indigenistas y pachamamistas para satisfacer la demanda de sus leales chapareños, hoy convertidos en los “villanos” del dilatado conflicto del TIPNIS y en beneficiarios de mega inversiones como la planta de “urea y amoniaco”, cuyo costo exorbitante comienza a levantar sospechas.
Electoralmente, tiene un atípico comportamiento, con abrumadoras mayorías que en los últimos tiempos no dejan espacio al disenso. Donde la rígida conducción sindical estaría restringiendo derechos políticos, al privilegiar el acceso a listas de candidatos de quienes aseguren su condición de propietarios y cultivadores de coca. De ser verdad este y otros extremos, estaríamos frente al retorno de una sui generis democracia excluyente.
¡Ese es nuestro bello Chapare!, reino de la informalidad y de su prima hermana la ilegalidad. Y es que en el Chapare sobra materia para la investigación. ¿Será posible hacerlo considerando esa dinámica cuasi federal, allí donde la autonomía de la informalidad goza de muy buena salud?
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