Los acontecimientos que ocurrieron en Europa, y concluyeron con la derrota de Napoleón, repercutieron enormemente en las colonias españolas que, al grito de Fernando VII, levantaron cabildos, y fueron decisivamente el conducto a las revoluciones independentistas por su afán de libertad.
Pero la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, la más valerosa e influyente del Alto Perú, en el año de 1809 tuvo la gloria de haberse constituido en la primera que planteó definitivamente el primer grito libertario en Sudamérica.
La Revolución de La Paz, gestada años atrás, que casi culmina en 1805 simultáneamente con un gran alzamiento en el Cusco, continuó en preparativos, debiendo finalmente realizarse el día 30 de marzo de 1809, Jueves Santo.
La última reunión se efectuó en casa de Orrantia con la presencia de Pedro Domingo Murillo, Clemente Diez de Medina, los Lanza, Antonio Medina y otros revolucionarios.
Ese levantamiento tuvo que ser postergado, debido a la delación de algún sirviente de la casa, cuya consecuencia fue el destierro y prisión de muchos de los revolucionarios.
Las nuevas reuniones fueron absolutamente secretas, donde debe destacarse al cura párroco de Sica Sica, como uno de los principales caudillos de la revolución, junto a Mario Michel, llegado de Chuquisaca, a Juan Basilio Catacora, Gregorio García Lanza, Juan Pedro Indaburu, Manuel Cossio, Tomás Orrantia, Melchor León de la Barra, Buenaventura Bueno, Juan Manuel Mercado y otros.
Fijado el 16 de Julio de 1809 para la revolución, se reunieron los conspiradores en casa de Mariano Graneros, propietario de un billar, dirigiéndose al Cuartel de Veteranos, donde rindieron a la guardia y tomaron el armamento, para luego seguir hacia la Plaza de Armas, mientras las campanas tocaban a rebato al pueblo reunido para la procesión de la Virgen del Carmen, vaciándose las calles, y a la Plaza de Armas según los planes previstos, pidiendo Cabildo Abierto, el cual entrada la noche, depuso al gobernador Tadeo Dávila, pidiendo la renuncia del obispo Remigio La Santa y Ortega.
El día 20 de julio se desconoció la autoridad de la monarquía española, incinerándose públicamente listas y libros de la Caja Real.
Entre el día 21 y 24, el Cabildo designó Comandante de las tropas de la Provincia, con el grado de Coronel a Pedro Domingo Murillo; Comandante de la ciudad con grado de Teniente Coronel a Juan Pedro Indaburu y Sargento Mayor a Juan Bautista Sagárnaga; a Clemente Diez de Medina como Jefe de los Húsares a Caballo, y a Melchor Jiménez como jefe de la Artillería.
Dirigirían la revolución independentista Gregorio García Lanza, Juan Bautista Sagárnaga y Juan Basilio Catacora.
Se diría que el apoyo popular y la movilización de las masas paceñas consolidó el triunfo, se procedió a organizar un cuerpo de Tropas Milicianas, con mestizos y criollos, designando Murillo e Indaburu los cuadros de la oficialidad.
Los españoles y realistas, chapetones, se retiraron de las calles y se replegaron en huida.
El día 24 fue organizada la Junta Nacional Tuitiva, y Representativa de los Derechos del Pueblo, designándose a Pedro Domingo Murillo como presidente, realizándose el día 27 la vibrante proclama de la Junta Tuitiva: “Valerosos habitantes de La Paz y del Reino del Perú, hasta aquí hemos sufrido una especie de destierro....”.
Pedro Domingo Murillo fue el precursor de la libertad de América, y precursor de la Patria boliviana, lo dijeron sus palabras al llegar al patíbulo: “Yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar”.
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