Ya para nadie es secreto que nuestros vecinos, Argentina y Brasil, se encuentran a pocos pasos de enfrentar crisis que podrían poner en serio peligro a sus economías. Brasil, considerado “la potencia sudamericana” que puede superar las condiciones de pobreza y subdesarrollo, ve, alarmado, que se ciernen muchos peligros sobre su economía. Para empezar – lo que sería muy alarmante para cualquier nación vecina –: ya tuvo que aceptar la salida de más de cinco mil millones de dólares; que las inversiones foráneas hayan disminuido; que las fuentes de producción bajen considerablemente sus índices y que los proyectos que tenía formulados hasta hace un año, corren serios riesgos.
Por su parte, la Argentina se ha visto obligada a postergar pagos de sus deudas al exterior por “tener que atender obligaciones internas perentorias”. Soportó la elevación de algo más de 6 pesos la cotización del dólar. Su economía se achica y, sobre todo, se ve impelida a situaciones graves por las negativas políticas económicas aplicadas por su Gobierno que, como ven economistas argentinos, “no saben a qué puede conducir el despilfarro y la ausencia de medidas que puedan poner freno a la crisis”.
Hay que convenir, además, que la aún no superada crisis europea salpicó al Brasil, al margen de que ella se trasladó a los socios de los países vecinos. No obstante ello, existe el criterio de que es posible superar la crisis con políticas de austeridad y nuevas inyecciones a las actividades productivas. Quienes sostienen la posibilidad de “remedios momentáneos” también dudan del futuro y se llega al caso de que disminuyan algunas importaciones que hace Brasil, caso del gas boliviano, porque “se impondría políticas de austeridad”.
El que Argentina y Brasil estén atravesando por situaciones conflictivas en su economía, debería ser un llamado muy especial para nuestro Gobierno que “atenido a la subida de reservas internacionales”, cree que “todo está seguro y que existen blindajes para nuestra economía”, aun sabiendo cuán frágil es, especialmente por la falta de producción, la no atención de lo que debería hacerse para la apertura de industrias que fueron canceladas, la carencia de garantías para las inversiones, la falta de códigos para la minería e hidrocarburos (en estudio “increíble” por más de seis años por parte del Poder Legislativo). A todo ello se agrega el malestar social con el asalto a la propiedad privada, especialmente de minas; la ninguna atención para que las empresas petroleras que aún trabajan en el país mejoren su producción mediante inversiones que no realizan por temor a nuevas medidas negativas por parte del Gobierno.
El fantasma de las “nacionalizaciones”, aunque se trate de simples privatizaciones o cambio de dueños y se tiene que pagar indemnizaciones y valor de las inversiones originales, también tiene su parte que impide alguna confianza en el sector privado y, por supuesto, la desconfianza que se expande en el exterior, porque lo que ocurre en el país trasciende y crea condiciones inaceptables para pensar que Bolivia podría ser receptáculo confiable de inversiones o, siquiera, de añadidos que podrían hacer los capitalistas que aún trabajan en el país.
Los ejemplos de Argentina y Brasil tendrían que ser contundentes para que el gobierno del MAS actúe con sindéresis y responsabilidad, teniendo en cuenta que no “estamos en país de Jauja” como se cree. Tenemos que pensar que nuestras “potencias financieras” son momentáneas y, como un cristal muy fino, pueden quebrarse en cualquier momento, especialmente por las políticas económicas negativas del Gobierno.
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