Por ELOY NATALIO MORALES CÁCERES
Esta es la historia de dos seres que se complementaron tanto que parece casi imposible que puedan vivir el uno sin el otro.
Athos es el nombre de mi fiel pastor alemán, un perro que conocí y me hice cargo de él cuando apenas tenía dos meses de vida. Era una bola de pelos negros, alegre y juguetón. Se apropió de mi cariño casi al instante de conocerlo, y desde aquél día comenzó nuestra relación.
Al llevarlo a mi hogar, mis hijos y mi es-posa me pusieron el primer escollo que podría a prueba el cariño que empezaba a sentir por el cachorrito, ellos dijeron: “papi te engañaron, ese perrito es un “chapi, no vez su pelaje tan negro y sus orejas son caídas”, a lo cual yo respondí, ya veremos cuando crezca un poco. Y así fue, pasaron tres meses y Athos se con-virtió en un hermoso ejemplar de pastor alemán, manto negro, las orejas se le pusieron largas y paradas, el pelaje de las patas y parte de la cabeza adquirieron un color rojizo y comenzaron nuestras aven-turas.
Un día de esos me encontraba en el patio de mi casa, sentado en una silla y con cierto decaimiento, pues había tenido algunas dificultades en mi trabajo, de pronto aparece Athos y me clava su mirada fija, como los hacen los cachorros y también los bebes, yo creo que él sintió mi tristeza y de pronto se echó a mi lado con la quijada en el piso, y con una apa-riencia más triste que la mía, me pareció tan increíble su solidaridad que casi automáticamente se me pasó un poco la tristeza que me envolvía, le hablé un poco fuerte: ¿Y a ti que te pasa, no puedo tener mis problemas? De pronto se levan-ta y agarra un trapo que siempre está en el patio, es el juguete con el que le gusta forcejear conmigo como hacen dos perros, comenzamos a gruñir los dos y se me pasa el decaimiento, y los dos nos ponemos alegres como siempre cuando estamos juntos.
Cuando estoy en casa los sábados y domingos, es una alegría para él y parece que fuera mi propia sombra, si ando de un lado a otro, él está siempre junto a mí. Otra veces está retozando como si fuera un cachorro, conste que ya tiene ocho años de vida.
Los entendidos en perros me dicen que Athos ya está en la tercera edad canina, yo no creo tal cosa porque lo veo siempre vigoroso, ágil subiendo o bajando las gradas; ladrando con energía hasta cuan-do pasa una paloma, mucho más cuando ve gente extraña en la calle; se para de dos patas junto a la reja y no para de ladrar.
A la mayoría de los perros no les gusta el pan excepto con Athos que es uno de sus alimentos preferido, todos los días golpea con sus patas a la puerta de los departamentos que hay en la casa, y tiene que darle una ración de pan pero en pedacitos para que él los atrape en el aire, si alguno le da un pan entero no se lo come lo deja en el piso con un gesto de indiferencia.
Athos todos los días sale a la calle a darse un paseo bastante largo, pero siempre regresa, algunas veces en que la puerta de calle está cerrada, él rasca con sus patas y ladra hasta que alguien le abra. En sus paseos se cruza con perso-nas del barrio, y como dos conocidos al pasar le dicen “Hola Athos”.
En fin, ese es Athos, mi fiel amigo, mi compañero leal, siento una enorme paz y alegría cuando lo tengo a mi lado, sólo espero que nos acompañemos mucho más tiempo.
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