En cuanto foro, evento u oportunidad se presenta, las autoridades chilenas repiten que “Chile no tiene pleito pendiente con Bolivia”, que “nada le debe a Bolivia”, que “es generoso con Bolivia al permitirle el libre tránsito por los puertos chilenos”. En fin, dicen muchos otros dislates cuando tienen que referirse a nuestro más que centenario derecho de recuperar el mar irredento que nos fue arrebatado en una guerra de conquista.
En la pasada 42 Asamblea General de la OEA, el Canciller chileno, sin respetar nuestra condición de país anfitrión, aunque sea por una regla de cortesía, “comitas Pentium” se llama en el lenguaje diplomático, volvió a martillar nuestra inteligencia expresando que “los tratados generan derechos y que nuestra demanda marítima es lamentable”.
Con el Estado y Gobierno chilenos no solamente tenemos pendiente nuestra recuperación marítima como un derecho supremo irrenunciable, sino también muchos otros temas que los enumero brevemente para refrescar la memoria de nuestros “hermanos” mapochinos.
- Pérdida económica por la explotación de guano y salitre, durante el tiempo útil de estos productos orgánicos.
- Beneficios que Bolivia dejó de percibir por la explotación de cobre y otros minerales, explotados por Chile durante 133 años.
- Beneficios colaterales (mano de obra, transporte y otros), durante la explotación de guano, salitre y cobre.
- Beneficios de los que Bolivia se privó por quedar mediterráneo. Sobre el particular, el economista Jeffrey Sach manifestó: “Los países mediterráneos pierden 0,7 puntos porcentuales en sus tasas de crecimiento, de donde se desprende que en los últimos diez años, los costos del enclaustramiento boliviano sobrepasan los cuatro mil millones de dólares americanos ($us. 4.000.000.000.-)”. En 133 años ¿cuánto será?
- Costos de manipuleo en puertos chilenos que fueron bolivianos.
- Ingresos que dejó de percibir Bolivia en turismo receptivo.
- Costo beneficio de la explotación de los FFCC Bolivia Arica-Antofagasta.
- Importe de lo que significó y significa la explotación de recursos ictiológicos.
- Plusvalía sobre el establecimiento de poblaciones citadinas en territorios que pertenecieron a Bolivia. (Cobro de impuestos municipales, regionales y nacionales).
- Privación de contar con una flota mercante con plena soberanía y perjuicios derivados.
- Por las Notas Reversales de 1950, Chile se obligó en negociaciones directas a buscar una fórmula que pueda dar a Bolivia una salida marítima propia y soberana, y el país vecino obtener compensaciones sin carácter territorial.
- Cumplimiento de la Resolución de la OEA de 1979, que consideró al problema de interés continental, y obliga a Chile a iniciar negociaciones para solucionarlo.
- El resarcimiento por la unilateral y abusiva desviación de las aguas del río Lauca.
- El resarcimiento por el uso de aguas de bofedales del Silala.
Estos temas y muchos más, si revisamos e inventariamos la explotación de las riquezas yacentes en nuestros territorios cautivos, los tenemos pendientes con Chile. Los fundamentos históricos de hecho y de derecho nos asisten plenamente para reclamar lo que fue nuestro. En su obduración, a Chile sólo le asiste “el derecho de la victoria, la ley suprema de las naciones...”, como expresó Abraham König, el testaferro que vino a Bolivia a imponernos con amenazas de una nueva invasión, el ominoso Tratado de 1904, absurdamente llamado de “Paz y Amistad”.
Estamos de acuerdo con el internacionalista Ramiro Prudencio en cuanto a que los bolivianos no debemos caer en la ingenuidad de creer en la justicia internacional, tanto de La Haya como de cualquiera otro tribunal. Chile, en apego a lo que señala su emblema nacional: “Por la razón o por la Fuerza”, jamás cumpliría una sentencia que lo obligue a solucionar el problema marítimo de Bolivia. Por ello, estamos también de acuerdo con lo que expresara el fogoso defensor de nuestra causa, el extinto escritor Fernando Diez de Medina: “Chile escuchará a Bolivia en nuestro reclamo marítimo, cuando esté en condiciones de hablarle de igual a igual”.
La explotación adecuada de nuestros ingentes recursos naturales y la adopción de inteligentes políticas de desarrollo económico y social nos colocarán, algún día, con la suficiente capacidad negociadora para que nos escuchen.
El autor es abogado, post-grado en Estudios Internacionales.
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