Con seguridad que a más de seis años de gobierno, el régimen del MAS tiene que tener conciencia de la importancia de los estudios, la vocación, la experiencia y una serie de muchas dotes para regir o administrar el Estado. Hay situaciones que el país ha confrontado tan sólo porque el Gobierno, pese a las buenas intenciones que hubo seguramente en el propio Presidente y su equipo, no ha podido solucionar la falta de capacidad para enfrentar conflictos difíciles.
La serie de problemas que nuestro país ha confrontado en los últimos seis años y que el Gobierno no pudo o ha tardado mucho en resolver, muestra hasta qué punto no hay capacidad para tomar conciencia de que cualquier problema, al convertirse en conflicto, se multiplica en una especie de semillero para otros problemas, porque no faltan quienes confunden la incapacidad con debilidad y este mal con la posibilidad cierta de que hay “terreno abonado” para remediar los problemas conforme a intereses creados y no que contemplen el bien colectivo, especialmente cuando se trata de cuestiones que puedan comprometer a todo un ámbito social.
Lo más grave de la incapacidad radica en que no hay la visión necesaria en funcionarios que conocen o saben de la existencia de posibles dificultades que deben ser resueltas, pero que ellos prefieren ignorar o esperar a que se conviertan en conflictos que puedan desencadenar en paros, huelgas, marchas y manifestaciones plenas de exigencias, para los que, en la mayoría de los casos, no es posible encontrar rápidas y efectivas soluciones, o si se las halla, resultan paliativos momentáneos que muy luego pueden generar nuevos hechos contrarios a los que se creía haber salvado.
Cualquier función que se cumpla en la vida de un país, conlleva la presencia vigente o amenazante de posibles problemas, y si se parte de que la autoridad implica enfrentar lo que es anormalidad, hay que creer que ella está imbuida de los conocimientos y experiencia necesarios para hacerle frente. De otro modo, ese funcionario, que actúa en nombre y representación del que tiene poder, fracasa y da lugar a que el fracaso determine el surgimiento de nuevos hechos, que en este caso el Gobierno no pueda resolverlos en sus inicios y sólo los encara cuando se hacen difíciles y han adquirido mayor volumen.
Los problemas en el Gobierno radican también en el hecho de que quien debe enfrentarlos no está presente, evita su presencia con cualquier pretexto y hasta demuestra temores para encararlos. La consecuencia de ello es que delega esa tarea a planos inferiores, cuya responsabilidad es limitada y, además, no cuentan con el factor confianza de la otra parte y que las situaciones conflictivas requieren. En otras palabras, quien asume la responsabilidad de gobernar tiene que hacerlo plenamente y sólo delegar aquello de lo que está seguro no requiere mayor atención; pero, en general, es preciso que se enfrente lo que desde el principio estuvo a su cargo y para lo que ha sido elegido o designado, para el cumplimiento de una misión, de una encomienda entregada por la colectividad que le dio confianza.
Rehuir las responsabilidades es, simplemente, indecisión y debilidad y ello, muchas veces, se deposita en burocracias que nada pueden hacer porque no tienen capacidad. Las excesivas e inútiles burocracias no sirven al país porque sólo se sirven de él y quien lleva la responsabilidad es quien debería pagar las consecuencias que no tienen por qué ser cargadas al país o, en casos, a determinados grupos que aparentemente podrían hacerse cargo de lo ajeno sin tener incumbencia en ello.
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