Fue el gran estagirita Aristóteles, creador de la ciencia política y uno de los sabios griegos más destacados, que sentenció: “el poder corrompe”. Y es que desde la antigua Hélade se estudió el fenómeno del poder y sus consecuencias, y una precisamente es la corrupción de los gobernantes. El sabio Platón, maestro de Aristóteles, precisamente luego de su experiencia en Siracusa, donde fue a asesorar a Dionisio (367 a.C.), se dio cuenta que los gobernantes se tornan soberbios y se corrompen, careciendo de los conocimientos para ser sabios filósofos gobernantes, como había propuesto en su República, y entonces planteó su “Estado segundo en preferencia”, donde todos deben estar sometidos a las leyes, inclusive los gobernantes cuando sean imperfectos.
Evidentemente, comprobamos a menudo que conocidos nuestros, que antes de ocupar situaciones de relativo poder en el aparato del Estado eran amables y sencillos, luego en cargos públicos aparecen irreconocibles, soberbios y las más de las veces corruptos, pues después de su paso por el poder –que es muy pasajero- aparecen denuncias y comentarios, y los individuos de marras con bienes que nunca hubieran soñado.
El problema de la corrupción en el poder y su ejercicio, es una de las constantes en nuestra realidad, y pese a ser un país de escaso desarrollo y pobreza mayoritaria, el enriquecimiento a costa de los intereses colectivos de la sociedad ha sido y es la línea de conducta de derechistas e izquierdistas que pasan por el poder, pues como escribió Augusto Céspedes, la gente dice: “aura (ahora) es cuando”, refiriéndonos a que debe aprovechar para enriquecerse cuando ocupa un cargo en el Estado, donde tiene algún poder. Prueba de lo que decimos es que actualmente los escándalos sobre corrupción desde el poder son ya cotidianos, y en el caso de YPFB se viene descubriendo casos de corrupción en esa empresa estatal, por circunstancias fortuitas, como accidentes o actos criminales con muertes, o por la acuciosidad de los medios de comunicación (algunos, o mejor los menos), o finalmente denuncias de la población.
El año pasado una organización internacional que hace seguimiento a la corrupción en los países de buena parte del mundo, hizo saber que Bolivia había subido en la escala de corrupción, aunque portavoces del Gobierno actual descalificaron esa percepción, haciendo propaganda de su política anticorrupción. Lo cierto es que la corrupción no sólo puede ser medida por los actos que cometen los gobernantes, sino que nos debemos preguntar: ¿cómo está la corrupción en la sociedad boliviana?
Y debemos decir con pena que, en general o en buena parte de la población, uno de los fines de la vida es enriquecerse, no importa cómo. Y debido a que lo que produce mayor riqueza y en el menor tiempo es la actividad delictiva, entonces “hay que meterle nomás”, y así contrabando, narcotráfico, negocios con el Estado o desde el Estado, resultan el mejor camino para enriquecerse.
Los valores éticos que antes sostenían la sociedad boliviana, como honor, honra, palabra empeñada, etc., han pasado a la historia, y en este tiempo son pocos los individuos en los que se puede confiar, que tienen palabra, que cumplen lo que dicen y a lo que se comprometen, pues la picardía o viveza criolla está presente en la vida de nuestros compatriotas, y como resultado tenemos una sociedad en descomposición moral, de arriba (el poder) abajo (los gobernados).
El Premio Nóbel de Medicina en 1906 y literato español, Santiago Ramón y Cajal, dijo: “El robo es lícito con tal que el ladrón no viole demasiado escandalosamente las leyes y cuente con la distracción o el favor de los tribunales, los diputados o gobiernos, si no fuera así, ¿habría tantos multimillonarios?”.
Las derechas e izquierdas tienen un punto de convergencia, y es que cuando pasan por el poder barren con todo, dejando en el pueblo sólo frustración y desencanto, y hacen por igual uso y abuso del poder, en beneficio propio.
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