Entre las salvajadas, fechorías o gamberradas que uno comete en los años de juventud suele recordarse aquellas que por su impacto dejan una moraleja en la vida. Ocurrió un día en el que la jarana superó el buen razonar, entonces elegimos como presidente del curso al compañero que recibía más mofas en el aula. Esto sucedió porque los principales candidatos a la presidencia del curso no se ponían de acuerdo, de manera que la mayoría votó por quien siempre habíamos menospreciado, a éste le hicimos muchas genuflexiones y hasta lo paseamos en andas, en proporción al cargo que pasó a desempeñar.
Luego de un par de meses, y cuando pasó nuestra embriaguez de la chacota, quisimos que el elegido renunciara al cargo para volver a la normalidad, pero éste se atornilló en el puesto y nos espetó en el rostro que había sido elegido por mayoría.
La expresión “la mayoría manda” es común en diferentes sectores de la sociedad, de manera que la minoría debe acatar la decisión de los más, debe admitir su derrota e inclinar la cerviz ante la decisión de los que en cantidad pueden imponer su criterio o, finalmente, su capricho.
El que está a la cabeza de la mayoría termina muchas veces embriagándose en su gloria, tanto que no tiene complicación a la hora de aplastar la cabeza del débil. No hace falta tomar ejemplos de otras latitudes, basta citar el caso de un periodista que, supuestamente, tiene audiencia mayoritaria e increpó a una joven colega y hasta llegó a los empellones, argumentando que preguntaba estupideces, de manera que decidió comandar al grupo de entrevistadores; aunque luego se disculpó por su insolencia. Un poco tarde.
El que está al frente de la mayoría cree que la minoría es estúpida, que su posición no tiene peso, que sus pedidos son secundarios y, por lo tanto, se dedica a satisfacer las necesidades de la mayoría que, además, le hará sentir cada vez más fuerte porque le respaldará con sus manifestaciones masivas. La mayoría manda, repetirán los que están arriba para colocar en lo más alto sus deseos y pensamientos.
En materia de Gobierno, ya desde el principio del Siglo XX, a la mayoría se le atribuye el manejo de la voluntad y destinos sociales. Así, las mayorías, para evitar compartir la administración con los representantes elegidos por las minorías por medio del sistema del voto acumulativo, recurren a varias artimañas para evitar las sugerencias de los menos.
Lo que se olvida con facilidad es que entre los que eligen siempre hay un gran número de personas que un día están a favor de uno y luego de otro, de manera que los que antes abanderaban a la mayoría terminan por pasar a la minoría y reclaman los derechos que antes conculcaban con facilidad.
Particularmente siempre le he tenido miedo a la mayoría, porque aunque alguna vez me he apoyado en su transitorio apoyo, pronto me di cuenta de que la vida es como un carrusel y tan pronto uno está arriba puede estar abajo, de manera que es mejor entregar el mando al que tiene el imperio de la razón y no del número.
El autor es filósofo y comunicador social.
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